miércoles, 28 de abril de 2021

'Valor de ley', de Charles Portis

Valor de ley, de Charles Portis es una novela muy amena, que se puede alinear con otras de viaje y persecución; o con las que presentan personajes con fuerte carácter que van de pelea en pelea hasta la reconciliación final; y que ha quedado también como una de las grandes novelas del Oeste. 

La protagonista y narradora es Mattie Ross, que ya es mayor cuando recuerda lo que vivió. Su narración comienza del siguiente modo: «A la gente no le parece posible que una muchacha de catorce años abandone su casa en pleno invierno para vengar la muerte de su padre, pero entonces no pareció tan extraño, aunque he de admitir que no era una de esas cosas que ocurren a diario. Yo tenía catorce años recién cumplidos cuando un cobarde que utilizaba el nombre de Tom Chaney disparó contra mi padre en Fort Smith, Arkansas, quitándole la vida, el caballo y ciento cincuenta dólares en efectivo, aparte de dos piezas de oro californiano que llevaba en el cinturón». Dicho esto, Mattie cuenta cómo fue a Fort Smith y allí terminó contratando al más duro e implacable de los comisarios federales, Rooster Cogburn, para que cazase a Chaney, que, al huir, se había unido a una banda peligrosa. Entró en escena también un ranger de Texas, llamado LaBoeuf, que iba detrás de Chaney por un crimen que había cometido en su territorio. Y, al fin, a pesar de la oposición de Cogburn y LaBoeuf, Mattie se unió a ellos para comprobar que Cogburn cumplía lo pactado. Como dirá más adelante, «la verdad es que si uno quiere que las cosas se hagan bien, tiene que encargarse él mismo de ellas».

La reconstrucción ambiental es buena y el argumento es, en sí mismo, sencillo, pero tiene una extraordinaria introducción al conflicto y una magnífica presentación de los protagonistas. Son excelentes los diálogos y están bien elegidos esos elementos que aparecen en el relato al principio y cumplen una función importante llegado el momento: como el pistolón que Mattie lleva o las piezas de oro que tenía su padre. 

Pero, sin duda, lo que vuelve inolvidable la historia es la voz narrativa: sentenciosa —«nunca se sabe lo que hay en el corazón de un hombre»—, segura de sí misma —«nunca he sido de las que se arredran ni escurren el bulto cuando se presenta una tarea desagradable»—, insolente —«a mí me avergonzaría vivir en medio de toda esta mugre», le dice a Rooster, «si yo oliese tan mal como usted, no viviría en una ciudad, sino que me iría a lo alto del monte Magazin, donde solo ofendería a los conejos y las salamandras»—, que presume de buena cristiana —«los buenos cristianos no flaquean ante las dificultades» le dice a un tratante de caballos, que le responde: «ni tampoco van en busca de ellas. Los buenos cristianos no son ni testarudos ni presuntuosos»—, pero que tiene un feroz afán de venganza —«¡no descansaría tranquila hasta que aquel canalla de Louisiana estuviese asándose y aullando en el infierno!»—.

Al llegar a Fort Smith, Mattie presencia la ejecución de tres tipos a los que había enviado a la horca el juez Isaac Parker. A él se refiere con el siguiente comentario:

«El juez era un hombre alto y corpulento, con ojos azules y barbita de chivo. A mí me pareció viejo, aunque por aquel entonces solo contaba unos cuarenta años. Sus modales eran severos. En su lecho de muerte solicitó un sacerdote y se convirtió al catolicismo, que era la religión de su esposa. Eso fue asunto suyo, y yo no tengo por qué meterme en ello. Si ustedes hubieran sentenciado a muerte a ciento sesenta hombres y presenciado la ejecución de ochenta de ellos, quizá en el último minuto habrían sentido la necesidad de una medicina más enérgica que la que los metodistas podían proporcionar. Eso es algo que da que pensar. Hacia el final dijo que él no había ahorcado a todos aquellos hombres, que la ley lo había hecho. En 1896, cuando el juez murió de hidropesía, los encarcelados allá abajo, en aquellos lúgubres calabozos, celebraron una “fiesta”, y los carceleros tuvieron que intervenir para silenciarlos.

Dos párrafos sobre la querencia de la narradora por contar las cosas como respondiendo a preguntas de sus posibles interlocutores, y por dar autoridad a sus opiniones con citas bíblicas.

En uno dice: «He visto algunos caballos y gran cantidad de cerdos que, a mi parecer, albergaban malas intenciones. Iré incluso más lejos y diré que todos los gatos son malvados, aunque a menudo resulten útiles. ¿Quién no ha visto al diablo en sus taimados rostros? Algunos predicadores dirán que bueno, que eso son supersticiones. Y yo contesto: predicador, coge tu Biblia y lee a Lucas 8,26-33».

En otro, hablando de su creencia en la predestinación, afirma: «Confieso que es una doctrina dura y que va en contra de nuestras terrenales ideas sobre el juego limpio, pero no veo forma de rebatirla. Lean la primera epístola a los Corintios (6, 13) y la segunda a Timoteo (1, 9-10). Y también la primera de san Pedro (1, 2; 19, 20), y a los Romanos (11, 7). Ahí tienen. Eso satisfizo a Pablo y a Silas y me satisface a mí. Y también les ha de satisfacer a ustedes».

Charles Portis. Valor de ley (True Grit, 1968). Barcelona: Debolsillo, 2011; 208 pp.; col. Best seller; trad. de Eduardo Mallorquí; ISBN: 978-8499087337. 

miércoles, 14 de abril de 2021

'Shane', de Jack Schaefer

Shane fue la primera novela de Jack Schaefer, un periodista interesado por el cine. En ella se basó la película Raíces profundas y se inspiró, años después, el western de Clint Eastwood El jinete pálido. En la buena presentación de la edición que menciono (que contiene varios relatos más), se indica que, en tres votaciones de la Asociación de Escritores de Western, en 1985, 1995, y principios del siglo XXI, fue elegida como la mejor novela del género.

Wyoming, 1889 (igual que la novela del género que primero planteó el conflicto entre granjeros y ganaderos: El Virginiano). A la granja de los Starret llega un desconocido misterioso que se presenta con un «llamadme Shane». Atraído por el buen trato que le dan el granjero, Joe, su mujer Marian, y el pequeño Bob, decide quedarse a trabajar con ellos un tiempo. Cuando el gran propietario de terrenos y ganados, su vecino Luke Fletcher, aumenta sus gestos intimidatorios y violentos contra los granjeros que vallan sus campos y no dejan paso libre a sus reses, Shane desempolva la pistola que tenía oculta y actúa.

Shane pivota sobre todo lo que no se cuenta y el lector se imagina en relación al pasado secreto del héroe. Está conseguido el progresivo aumento de la tensión después de un comienzo calmado donde se presentan los personajes y el conflicto. Es un acierto pleno la elección del narrador y su forma de contar las cosas: la del adulto que recuerda lo que sucedió, cuando él era un niño y se sintió completamente fascinado por el recién llegado: por su misterio, por su cortesía, por su energía en el trabajo, por sus acciones incomprensibles para él —como la de que se sentase siempre frente a las puertas de las habitaciones en las que entraba—.

Luego, el narrador conjuga bien dos perspectivas. Una, la de no ir más allá de lo que vio y oyó, y por eso pone en boca de sus padres, a los que a veces oye a escondidas, las reflexiones y comentarios que un niño no haría nunca, y hace referencias a que los adultos se comportaban de un modo que desbordaba su «limitada experiencia de niño». Otra, la de apuntar sentimientos que tuvo entonces pero que sólo se pueden expresar apropiadamente con el paso del tiempo: por ejemplo, el de que percibió, por la nobleza de su trato, que Shane era un hombre en quien, como en su padre, «un chico podía confiar con la certeza de que lo que quedaba más allá de su comprensión seguía siendo limpio, coherente y justo».

Jack Schaefer. Shane (Raíces profundas) y otras historias (Shane 1949; Cooter James, 1952; The Coup of Long Lance, 1956; The Mark House, 1954; Jacob, 1953; Harvey Kendall). Madrid: Valdemar, 2015; 293 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; ISBN: 978-84-7702-815-4.