miércoles, 28 de octubre de 2020

'Bajo cielos inmensos', de A. B. Guthrie

Bajo cielos inmensos, de Alfred Bertram Guthrie, es una novela cuyo protagonista es uno de los llamados  «mountain men», o tramperos, de los que hubo varios miles en los territorios del Oeste de Norteamérica durante las primeras décadas del siglo XIX, fueron cazadores expertos, vendedores de pieles, exploradores también, cuya relación con los indios era en ocasiones amistosa y a veces conflictiva. 

Se ambienta en Montana, en los años 30, y su protagonista es Boone Caudill, un chico de diecisiete años que, después de una violenta pelea con su padre, huye de su granja de Kentucky. Su intención es ir al encuentro de su tío Zeb Calloway, un «mountain man». En el camino, Boone se hace amigo de otro chico, Jim Deakins, que acaba uniéndose a él. Ambos terminarán trabajando para un traficante de pieles que desea llegar, remontando el río Missouri en una barcaza, a los territorios de los Pies Negros para comerciar con ellos. Viajarán con un experto cazador llamado Dick Summers, que se convierte en su modelo y mentor, y con una chica india muy joven, que primero huirá y a la que, más adelante, Boone buscará para que sea su mujer. 

La novela se centra en el aprendizaje de Boone, un chico de grandes cualidades para la caza y para la lucha, pero de temperamento tumultuoso a quien con frecuencia tienen que intentar frenar sus amigos: «Disparando a los búfalos, o atrapando castores, o luchando contra osos, Boone era tan bueno como el que más, pero con la gente era distinto. No sabía contar chistes, ni soltar o encajar bromas, ni ver las cosas desde distintos puntos de vista, ni buscar diversión en lugar de problemas. Lo único que sabía era tirar hacia delante. En ocasiones, cuando estaba a punto de meterse en algún lío por no pararse a pensar, una pequeña frase, dicha como de pasada, le hacía recobrar el sentido y lo calmaba, o al menos lo contenía. Jim suponía que Boone estaba agradecido, como lo estaría un chico que carecía de las palabras para decirlo».

Igual que dije al comentar otras novelas del Oeste, esta también tiene interés para quienes disfrutamos con ellas. Está considerada una de las mejores, por supuesto de su autor pero también del género, pues está bien escrita, la historia y los personajes tienen fuerza, y la reconstrucción de ambientes y costumbres está cuidada. Ahora bien, quienes no tengan tanto afán por este tipo de historias deben saber que se puede hacer larga, que abundan las escenas de gran violencia, y que no es nada fácil empatizar con un héroe cuyo comportamiento se hace cada vez más bronco.

A. B. Guthrie, Jr. Bajo cielos inmensos (The Big Sky, 1947). Madrid: Valdemar, 2014; 528 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; ISBN: 978-8477027737.

jueves, 22 de octubre de 2020

'Editar la vida', de Michael Korda, y 'Lector voraz', de Robert Gottlieb

Después de comentar la biografía de Max Perkins y las memorias de Bennett Cerf, pongo ahora un comentario a las memorias de Michael Korda (1933-), editor de Simon & Schuster durante la segunda mitad del siglo XX, y, brevemente, también a las de Robert Gottlieb (1931-), que entró a trabajar también en Simon & Shuster en 1955, fue editor jefe en 1965, se trasladó tres años después a Alfred A. Knopf y, tiempo adelante, fue editor del The New Yorker.

En Editar la vida. Mitos y realidades de la industria del libro, Korda habla de su aprendizaje primero y de su trabajo como editor de libros de toda clase después; explica los cambios que se dieron en la industria editorial a lo largo de cinco décadas; comenta las grandes diferencias entre unos y otros aspectos de su trabajo —leer manuscritos y editarlos, una profesión, y publicarlos y promocionarlos, un negocio—; y, sobre todo, rememora incidentes, unos relacionados con la publicación de libros y otros debidos a su trato con colegas, o escritores profesionales, o escritores ocasionales como algunas estrellas cinematográficas o presidentes como Nixon o Reagan.

Cuenta jugosas anécdotas ajenas y propias. Entre las ajenas una es cuando dice que, a veces, llega un manuscrito inesperado en el momento más inesperado: «Todos en el mundo editorial saben que si el editor de Macmillan no hubiera tenido un resfriado mientras visitaba Atlanta, no habría permanecido en cama leyendo el voluminoso manuscrito que una mujer le había entregado en el vestíbulo del hotel, y que más tarde se convertiría, después de mucho trabajo de edición y de cambiarle el título, en Lo que el viento se llevó. Los milagros existen». Otra es la de que hubo editores norteamericanos que rechazaron publicar La colina de Watership, de Richard Adams, durante años: nadie creía que una larga novela sobre conejos, contada desde el punto de vista del conejo, podría funcionar en EE.UU.; quienes lo habían leído pensaban que podría funcionar si se recortaba drásticamente o si se reescribía como libro infantil. «Esta forma particular de ceguera no es poco común», dice Korda.

Entre las propias tal vez la mejor sea la que ocurrió cuando a su editorial le ofrecieron el libro de memorias de Albert Speer, y Korda intentaba convencer al propietario y editor, Max Schuster, de que lo aceptaran porque, al margen de otras consideraciones, en sí mismo, e incluso leyéndolo sólo como testimonio, era un libro extraordinario. El editor escuchó atentamente sus argumentos y asintió: le dijo que estaba en lo cierto y que no tenía dudas de que el libro sería un best-seller. Pero añadió: «Sólo hay un problema. No quiero ver el nombre de Albert Speer y el mío en el mismo libro». Años más tarde, Korda usaría el mismo argumento para un libro de Louis Farrakhan. Como diría después otro de sus colegas: «una editorial tiene la obligación de creer en la Primera Enmienda pero no tiene la obligación de publicar todo lo que se le envía».

En relación al trabajo como editor Korda rememora cómo fue aprendiendo de sus colegas distintas cosas: de uno, «la importancia del entusiasmo y la imaginación»; de otro, «la importancia de poner atención a los pequeños detalles y a trabajar con ahínco durante largas horas en manuscritos que no proporcionan ninguna satisfacción».

Explica cómo «quienes saben de verdad de edición constituyen una curiosa combinación de animador con conocedor de historias, saben arreglar una prosa deficiente, inventar un final dramático para una escena (en lugar del primero que se les ocurra), o mostrarse despiadados al cortar el texto. Son la clase de personas que no dudan en desafiar al autor en un intento de conseguir que el libro funcione de la mejor manera, o de la manera en que supuestamente debería hacerlo, y que en ocasiones es capaz de adivinar lo que un autor intentaba hacer y mostrarle cómo hacerlo».

Señala que, «para un auténtico editor, reducir un manuscrito de setecientas páginas a cuatrocientas, inventar un nuevo título, recombinar los capítulos para darle al libro un comienzo increíble y un final sorprendente, resulta un reto cotidiano, como para un cirujano una operación difícil. Los editores de verdad, si son buenos, también saben dejar las cosas como están, lo que es aún más importante. “Si está bien, no lo toques”, podría ser la primera regla de nuestro juramento, si tuviéramos uno».

Al mismo tiempo, también hace notar que un editor muchas veces no sabe qué ocurrirá con los libros que publica: «La única manera de saber si un libro se venderá es publicándolo». Además, indica en otro lugar, «quizá el mayor milagro en la industria editorial sea la forma en que, cuando se le da la oportunidad, el público se lleva a casa un buen libro de un autor desconocido y lo convierte en un sorpresivo best-seller (a menudo el editor es el más sorprendido de todos)».

En Lector voraz, Robert Gottlieb cuenta su vida: es un libro que también da muchos pormenores del mundo editorial norteamericano en las décadas centrales del siglo y cuenta jugosas anécdotas de autores y de la edición de libros famosos. No me atrajo tanto como el de Korda —de quien fue compañero— tal vez porque se nota más en él una clara intención de tratar a todo el mundo amablemente, con alguna excepción, y eso significa también que hay silencios que se ve que ocultan historias tristes detrás.

Uno de los autores de los que no habla bien es Roald Dahl, cuyo comportamiento exigente e irrespetuoso con las personas de la editorial provocó que nadie quisiese trabajar con él, por lo que le acabó despidiendo, un acto estúpido desde el punto de vista de las ganancias pero que lo convirtió en un héroe ante los empleados de Knopf.

Otro de los autores que promovió desde el manuscrito de su primera novela, La amenaza de Andrómeda, fue Michael Crichton. De él dice que tenía una formación científica sólida, un gran olfato para estar a la última, que tenía grandes ideas pero, al principio, una escritura desastrosa, que le ayudaron a pulir en la editorial, y fueron llegando después sus mejores novelas, como Parque Jurásico. Y aquí Gottlieb indica que el público sabe bien que autores como Stephen King, o John Grisham, o Michael Crichton en tecnothriller «son los mejores en lo que hacen».

Gottlieb estuvo siempre muy interesado en el mundo de la danza y, al final de su vida, su gran ocupación e interés fue el New York City Ballet. Al hablar de él está uno de esos párrafos donde se aprecia que hay muchas cosas que no ha contado del mundo editorial: «Uno de los motivos por los que vivir en el mundo de la danza me genera tanto placer es que hay muy pocas gilipolleces conectadas a él (en contraposición con el mundo del teatro). Los bailarines conocen la partitura. Se ven cada día en los espejos del estudio, no como un acto narcisista sino para identificar defectos y debilidades; saber mejor que tú si cierta actuación es deficiente; y saben cuándo su técnica comienza a debilitarse tras un parón largo o incluso unos días sin recibir lecciones. Ni un montón de halagos pueden oscurecer esas realidades».

Michael Korda. Editar la vida. Mitos y realidades de la industria del libro (Another Life: A Memoir of Other People, 2000). Barcelona: Random House Mondadori, 2005; 377 pp.; trad. de Fernando González Téllez; ISBN: 84-8306-618-1.
Robert Gottlieb. Lector voraz (Avid Reader. A Life, 2016). Barcelona: Navona, 2018; 419 pp.; trad. de Ainize Salaberri; prólogo de Javier Aparicio Maydeu; ISBN: 978-84-17181-47-5.

jueves, 15 de octubre de 2020

'Llamémosla Random House', de Bennett Cerf

Bennett Cerf (1898-1971) entró en el negocio editorial en 1925 y fundó Random House en 1927, empresa de la que fue propietario y presidente hasta poco tiempo antes de fallecer. Había empezado a preparar sus memorias pero falleció repentinamente por lo que fueron su esposa y su principal editor, Albert Erskine, quienes prepararon este libro, Llamémosla Random House, a partir de sus notas y de las entrevistas que había concedido. La historia de sus peripecias profesionales se cuenta cronológicamente aunque algunos capítulos se dedican a determinadas cuestiones —compras o absorciones de otras editoriales, ideas de negocio que salieron especialmente bien, etc. — o a sus relaciones con autores más importantes o con los que llegó a tratar más íntimamente —como William Faulkner o James Michener, escritores que, dice Cerf, confían en el editor y por tanto el editor se vuelca con ellos—.

El libro está repleto de anécdotas pues Cerf era una persona bromista y extrovertida, con muchas relaciones con el mundo del espectáculo —era juez habitual de la elección de Miss América, fue un gran amigo de Frank Sinatra, participaba de modo habitual en un show televisivo…—. Habla de por qué publicó, o por qué no lo hizo, algunos libros controvertidos, igual que cuenta sucedidos con otros editores y muchos escritores, casi siempre con acentos amables y positivos. Son reveladoras —también por lo atrás que se han quedado…— algunas opiniones que tenía sobre su negocio al final de su andadura profesional, como la de que «la gente no lee ficción como antes, tal vez porque la vida misma es muy emocionante. La ficción hoy no puede competir con la primera plana de un periódico». Pero lo más interesante, sin duda, está en cómo su historia deja constancia de la evolución y el crecimiento de la industria editorial en las décadas centrales del siglo XX.

Por ejemplo (y en relación a mis intereses particulares), Cerf cuenta que descubrió la literatura infantil cuando tuvo dos hijos y se propuso contarles cuentos y darles libros, y gracias también a su esposa Phillis, que fue quien impulsó una nueva colección, que también constituyó como una empresa independiente al principio, llamada Begginer Books. Esta colección, un éxito arrollador, comenzó con El gato garabato, del Dr. Seuss, autor que había publicado ya varios libros en la editorial pero que, con este, consiguió uno de los relatos más vendidos de la historia.

Más adelante comenzaron otras colecciones, por edades, y fue uno de los hijos de Cerf quien le sugirió que los libros de las colecciones debían ir numerados porque, así, aquellos lectores a los que les había gustado ese libro sabían que podían encontrar más del mismo tipo. O, por ejemplo, dos ideas que fueron una gran lotería, en palabras del mismo Cerf, fueron los All About Books, los libros que hablaban de «todo sobre el tiempo», «todo sobre las estrellas», etc., muy impulsados por el consumo cada vez mayor de la televisión entre los niños; o los Landmark Books, que pensó cuando quiso comprarle a su hijo de siete años, en 1948, libros sobre historia de los EE.UU. y vio que no había ninguno apropiado en las librerías, por lo que puso en marcha una colección compuesta por libros que trataban, cada uno, un episodio importante de la historia de los EE.UU.

Bennett Cerf. Llamémosla Random House. Memorias de Bennett Cerf (At Random. The Reminiscences of Bennett Cerf, 1977). Madrid: Trama, 2013; 270 pp.; col. Tipos móviles; trad. de Íñigo García Ureta; ISBN: 978-84-92755-90-5.

jueves, 8 de octubre de 2020

'Max Perkins', de A. Scott Berg

La biografía del editor Max Perkins (1884-1947), de A. Scott Berg, es un libro importante para quienes conozcan o deseen conocer una parte de la historia de la literatura norteamericana del siglo XX. El libro cuenta la vida de Perkins pero se centra, sobre todo, en su trabajo como editor de Scribner’s desde 1910 hasta su muerte, y, en particular, en las relaciones que sostuvo con sus tres escritores más importantes: Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Thomas Wolfe. No sé cómo es la edición original pero a la española, que tiene una buena traduccón, le faltan un índice onomástico, una revisión para quitarle las erratas, y notas al pie para señalar de qué libros, de los muchísimos que se van citando, hay edición en España.

El autor no da muchos pormenores de la vida de Perkins pues fue una persona de hábitos constantes, un buen padre para sus hijas y un esposo fiel aunque poco atento, pues estuvo siempre centrado en su trabajo hasta el exceso. Se comentan sus pequeñas rutinas y particularidades, por ejemplo que tuvo por norma, desde un incidente de su infancia, «no rechazar jamás una responsabilidad»; que llevaba sombrero siempre; que su libro favorito era Guerra y Paz, al que recurría en momentos de inquietud —«siempre encuentro consuelo en Guerra y pas en tiempos turbulentos»—, que incluso se lo leía en alto a sus hijas, y del que regalaba ejemplares con frecuencia.

En su trabajo como editor estaba continuamente buscando nuevas voces; tenía un talento particular para dar continuos ánimos y elogios a los escritores, para insistirles en la necesidad de trabajar de modo perseverante, y para señalarles también las mejoras que deberían introducir en sus obras. Analizaba con cuidado los manuscritos, identificaba las deficiencias y los fallos estructurales que había que corregir, hacía sugerencias e indicaba posibles soluciones. Sobre todo, el biógrafo señala que tenía tanto la capacidad de ver más allá de los desaciertos del libro que le enviaban, como la tenacidad para conseguir transformarlo hasta que fuera lo mejor que podía llegar a ser.

Es destacable la cortesía y lealtad con la que siempre trató a los escritores que publicaban con él, algunos con un altísimo concepto de sí mismos. Al respecto, se cuenta una anécdota de Hemingway, que abordó a un crítico suyo en una cena, y le dijo: «¿sabes lo que más me gustó de tu ensayo [sobre mí]? Las citas que usaste. Hasta entonces no me había dado cuenta de lo buenas que eran». En una carta a Scott Fitzgerald, Perkins le decía que «somos absolutamente fieles a nuestros autores, y les apoyamos lealmente, aunque se enfrenten a pérdidas durante largos periodos, cuando creemos en sus cualidades y en ellos». Ese comportamiento dio lugar a unas relaciones muy estrechas con algunos, sobre todo con Thomas Wolfe. De hecho, su dedicación a él y a otros le movió a no hacerse cargo de las obras de un Henry Roth, pues se daba cuenta de que no tendría tiempo para los problemas que le daría un libro como Llámalo sueño.

En su momento prolongué este comentario con otros acerca de la relación de Perkins con Scott Fitzgerald, la que tuvo con Hemingway y Thomas Wolfe, y la que tuvo con Marjorie Kinnan Rawlings (entre otros muchos escritores)

A. Scott Berg. Max Perkins. El editor de libros (Max Perkins: Editor of Genius, 1978). Madrid: Rialp, 2016; 579 pp.; col. Biografías y testimonios; trad. de David Cerdá; ISBN: 978-84-321-4730-2.

jueves, 1 de octubre de 2020

'La familia Karnowsky', de Israel Yeshoshua Singer

La familia Karnowsky, de Israel Yeshoshua Singer, es una novela semejante a Los hermanos Ashkenazi, en su planteamiento —si allí se hablaba de tres generaciones de una familia en Lodz a finales del XIX y principio del XX, aquí presenta tres generaciones de una familia judía en Berlín durante las primeras décadas del siglo XX—, en los temas que trata —choques entre padres e hijos, tensiones entre familias judías debidas unas a la posición social y otras a los modos de afrontar las relaciones con la sociedad en la que viven—, y en la forma de reorientar al final las vidas de sus héroes hacia un mayor entendimiento de sus errores del pasado y una mayor benevolencia de unos hacia otros.

La novela comienza en Melnitz, Polonia. El rabino de la localidad choca con el recién casado David Karnowsky, seguidor de las doctrinas de Moshe Mendelsson, que proponía la asimilación entre los gentiles, por lo que Karnowsky decide marcharse a Berlín. Allí progresa en los negocios y crece su hijo Georg. Este acaba estudiando medicina, trabajando en una clínica prestigiosa y, contra los deseos de sus padres, casándose con una enfermera cristiana, por lo que su padre y él dejan de tener trato. Georg y su esposa Teresa tienen un hijo, Joachim Georg o Yegor, que también acabará enfrentado furiosamente con su padre. Se cuentan las relaciones de la familia Karnovsky con otras familias judías, que el ascenso del nazismo provoca humillaciones para los judíos cada vez más insoportables, y que muchas familias, como los Karnowsky, consiguen emigrar a los Estados Unidos.

Es importante tener en cuenta que Singer fecha su manuscrito en 1940-1941 y que la novela se publica en 1943: entre los personajes no se aprecian todavía las grandes dimensiones que acabará teniendo el exterminio nazi. Sí quedan muy bien dibujados los autoengaños de quienes piensan que, por alguna razón, ellos sí se librarán de las persecuciones que comienzan y que acabarán integrados en el Nuevo Orden que se proclama. Aunque lo que arma la historia son, sobre todo, los conflictos entre padres e hijos, son muchos los aspectos de interés de la narración. Por ejemplo, es un personaje secundario magnífico Salomon Burak, que pasa de ser buhonero a ser propietario de unos grandes almacenes, primero en Berlín y luego en Nueva York, donde vuelve a comenzar de cero cuando llega. Y son excelentes, por su viveza, las descripciones de vida callejera en los barrios judíos, en Alemania y en Estados Unidos.

Israel Yehoshúa Singer. La familia Karnowsky (Di mishpoje Carnovsky, 1943). Barcelona: Acantilado, 2017; 552 pp.; trad. del yiddish de Rhoda Henelde y Jacob Abecassis; ISBN: 978-84-16011-54-4.