miércoles, 24 de febrero de 2021

'Indian Country' y 'El árbol del ahorcado y otros relatos de la Frontera', de Dorothy M. Johnson

La editorial Valdemar inició su colección Frontera, de novelas del Oeste, con Indian Country, una recopilación de once relatos cortos de Dorothy M. Johnson (1905-1984), una buena elección porque son relatos de calidad y porque, contra la presunción que harían muchos, es interesante ver a una mujer dando lecciones a tantos colegas varones acerca de cómo hablar con categoría literaria de un mundo tan marcado por la violencia. Tiempo después, en la misma colección se publicaron otros diez relatos más de la autora con el título El árbol del ahorcado y otros relatos de la Frontera. Si Indian Country tenía como principales protagonistas a indios o, más bien, a pioneros que chocaban o se relacionaban con los indios, los personajes de esta segunda selección son los típicos tahúres, vaqueros, predicadores, buscadores de oro, etc.

También por la importancia que tuvieron sus versiones cinematográficas —cuya fama me ahorra dar un resumen de los argumentos—, los relatos más conocidos de la primera recopilación son Un hombre llamado Caballo (A Man Called Horse, 1950) y El hombre que mató a Liberty Balance (The Man Who Shot Liberty Balance, 1953), el único en cuya trama los indios no juegan papel alguno. De la segunda recopilación el más destacado es el que le da título, El árbol del ahorcado (The Hanging Tree, 1957); aunque tampoco conviene perderse La hermana perdida (Lost Sister, 1956) —sobre una chica, secuestrada por los comanches cuando era niña, que vuelve a vivir con su gente—.

Como explican las buenas introducciones a los dos libros, vale la pena observar la forma escueta y aparentemente simple, con frases medidas y sin énfasis alguno, con la que la autora retrata y describe personajes y situaciones. También es notable cómo cambia de registro, y de un relato a otro pasa sin problemas de lo trágico a lo humorístico, y cómo sus desenlaces no son previsibles y pueden ser de cualquier tipo. Otro aspecto de interés es lo que podríamos llamar el aspecto documental de estos relatos: la escritora deseaba e intentó pintar con realismo a las gentes que pueblan sus narraciones, blancos e indios y, de hecho, las tribus indias de las que habla son aquellas que vivían en las grandes llanuras de su estado, Montana: Crows, Pies negros, Cheyennes, Sioux.

Dorothy M. Johnson. Indian Country (1953). Madrid: Valdemar, 2011; 264 pp.; col. Frontera; trad. de José Menéndez-Manjón Cueto; introd. de Alfredo Lara; ISBN: 978-8477027126.
Dorothy M. Johnson. 
El árbol del ahorcado y otros relatos de la Frontera (The Hanging Tree, 1957). Madrid: Valdemar, 2013; 304 pp.; col. Frontera; trad. de Gonzalo Quesada Gómez; introd. de Alfredo Lara; ISBN: 978-8477027546.

miércoles, 17 de febrero de 2021

'Iluminando el camino', de Bess Streeter Aldrich

Iluminando el camino, de Bess Streeter Aldrich, fue la edición española, de hace ya mucho tiempo, de A Lantern in Her Hand, una gran novela que fue muy popular en los Estados Unidos desde su publicación en 1928. El título original está tomado de unos versos de Joyce Kilmer que abren el libro: «Como el camino era escabroso arcano, / y atravesaba un hostil país de roca, / Dios dictó una canción a mi boca / y puso una linterna en mi mano». 

Cuenta la vida de una familia de pioneros en Nebraska, centrando su atención en la madre, Abbie Deal. Empieza presentándola cuando es Abbie Mackenzie, una chica de ascendencia escocesa que vivió en Chicago siendo niña hasta que su familia se fue a Iowa, el año 1854. Allí se hizo maestra en una escuela rural, trabajo que, al igual que sus sueños artísticos, abandonó cuando, con 19 años, al terminar la guerra de Secesión, se casó con Will Deal, de 23. Viven primero con la familia de Will hasta que ambos deciden marcharse a las praderas de Nebraska, donde construyen una casa y ponen en marcha una granja. Hacen frente a toda clase de contrariedades —sequías, langostas, tormentas de nieve…— mientras van teniendo hijos, de los que sobreviven cinco. A su alrededor otras familias van abandonando pero los Deal, y sus vecinos los Lutz y los Reinmueller, permanecen. Los hijos van creciendo, siguen sus propios caminos y se van marchando de la granja. Will muere relativamente joven y Abbie aún tiene por delante unos años de viudez en los que se queda viviendo primero con su hija pequeña y luego sola en su casa, salvo las visitas ocasionales de sus hijos y sus nietos.

La autora se basó en relatos de su propia madre, que en 1854 habia viajado al Oeste para instalarse allí, y en otros testimonios de mujeres que habían tenido vidas similares a la suya. Logra comunicar, con viveza y verosimilitud, cómo eran las vidas de aquellos pioneros y los escenarios en los que vivieron. Se centra en poner de manifiesto los sentimientos de su protagonista: sus deseos de sostener las fuerzas de su marido cuando flaquean, su amor y su valor para sacar adelante a sus hijos sobreponiéndose a las dificultades, sus alegrías cuando ve avances sociales y cuando sus hijos tienen éxitos. Quizá los momentos más poderosos del relato sean, además de algunos en los que los Deal superan situaciones muy críticas, aquellos en los que Abbie reacciona enérgicamente contra el desánimo ante las dificultades o contra las tentaciones de lamentarse por haber elegido ese camino.

Puede dar idea del tono de la historia, también del énfasis que a veces tiene la narración, una escena que ocurre cuando los Deal están pasando momentos duros y se aproxima la Navidad. Al principio del capítulo Abbie le dice a su vecina Sara: «Yo creo, querida Sara, que todas las madres tienen el deber de proporcionar unas Navidades felices a sus hijos. Ellos lo recuerdan luego toda su vida. Yo creo que hasta eso hace de nuestros hijos hombres y mujeres mejores».

Al final del capítulo termina así el narrador: «Dice la Historia que el invierno del 74 al 75 fue extremadamente riguroso y se vio marcado por una gran depresión en todos los negocios, además de ser muy malas las cosechas de aquel año. Pero la Historia no toma en consideración a los niños. ¿Tristeza?... ¿Mala cosecha?... ¿Depresión en los negocios?... Para los tres niños de la pradera, en aquella casita de los Deal, aquel fue un invierno maravilloso. No había muchos víveres en la despensa de la casa; no había mucho, mejor dicho, no había casi ningún dinero en el bolsillo del bondadoso padre; los regalos de aquella Navidad eran cosas caseras, humildes, sin valor material alguno; y todo dentro de aquella casa, un pobre cascarón de nuez perdido en la inmensidad del desierto, de las praderas infinitas y solitarias… ¿Cómo, entonces, podía albergar aquella casa tan pequeña tanta dicha y tanta ventura?... ¿Cómo podía encerrarse entre estas cuatro paredes estrechas y bajo este techo de la pobre cabaña semejante encanto?… ¿Y cómo podía dimanar de este hogar humildísimo una especie de santo efluvio, de calor y de luz radiante que parecía esparcirse a todos los hombres y mujeres de la comarca y diríase que del mundo entero?... ¡Oh, era porque allí se albergaban unos corazones puros, era porque el amor que se albergaba en la casita…, era porque la Estrella de la Navidad y del Hogar había venido a posarse sobre el tejado de la pobre barraca de adobes!...»

Bess Streeter Aldrich. Iluminando el camino (A Lantern in Her Hand, 1928). Barcelona: Luis de Caralt, 1955; 268 pp.; trad. de Antonio Guardiola. Una edición en inglés está en University of Nebraska Press, 1994; 307 pp.; Bison Book; ISBN: 0-8032-5922-0; y otra edición íntegra en la red está
en este enlace

miércoles, 10 de febrero de 2021

Relatos del Oeste de Elmore Leonard

Elmore Leonard fue un conocido escritor de novelas policiacas que también publicó varios populares relatos y novelas del Oeste publicados todos ellos en tres libros.

Uno contiene Hombre, uno de los primeros y que parece ser el mejor, y Que viene Valdez, uno de los últimos, que también es valioso aunque sea más tópico. Ambas tienen como protagonistas a personajes marginales y unos desenlaces notables. 

Hombre es uno de los nombres que se dan a John Russell, un lacónico tipo que vivió varios años con los apaches. Al comienzo de la historia el narrador indica que su jefe, el señor Méndez le dice: «Echa un buen vistazo a Russell. No volverás a ver otro como él en tu vida». Pues bien, Russell ha de ir a reclamar una herencia y, con ese fin, se sube a una diligencia en la que van el mismo dueño del vehículo, Méndez, el empleado y narrador, un agente indio con mucho dinero y su esposa, una chica joven que también había sido secuestrada por los indios, y un tipo desconocido que a última hora logra de malos modos que le incluyan en ese viaje. A mitad de camino los asaltan y todos han de confiar en Russell, a quien antes habían obligado a viajar en el pescante al enterarse de su condición de indio.

Que viene Valdez tiene como héroe a un mexicano sereno e impasible, sheriff a tiempo parcial en el pueblo. Cuando intenta mediar en un conflicto acaba matando a un hombre, pero luego se da cuenta de que fue un error e intenta que el hombre poderoso que forzó las cosas, Tanner, compense a la viuda india con una cantidad razonable. Tanner se ríe de él y lo despide; Valdez lo intenta de nuevo y la despedida es, esta vez, más humillante. Valdez, entonces, decide volver a pedírselo de un modo que lo entienda.

El narrador de Hombre cuenta lo sucedido después de que todo terminó, con vocabulario sencillo y un tono a la vez crítico y admirativo hacia Russell, un héroe con grandes habilidades pero no invulnerable. También lo hace con acentos graciosos, por ejemplo cuando habla de su temor a mirar al desconocido amenazador: «era como estar con una persona que tuviera una gran nariz o algo parecido. No quieres que te sorprendan mirando la nariz o incluso diciendo la palabra. (Espero que ningún lector narizotas se ofenda. No me estaba burlando de ninguna nariz)».

Que viene Valdez se narra en tercera persona y tiene toques peliculeros, como cuando el héroe deja de ser el cuarentón gris y paciente para volver a ser «el Valdez de otro tiempo», el «Valdez que nadie había visto desde hacía diez años». Además, es amigo y protegido de la dueña del burdel del pueblo, la mujer de su enemigo se va contenta con él, el malvado es extraordinariamente duro y cerril… Con todo, los diálogos son buenos, el argumento engancha, y todo se narra con claridad y simpatía: «La suerte estaba bien cuando se tenía, pero no se podía contar con ella. A veces funcionaba bien y otras mal, pero funcionaba más bien que mal si uno sabía lo que se traía entre manos, si tenía cuidado y prestaba atención a lo que veía y oía». 

Un segundo libro, El tren de las 3:10 a Yuma y otros relatos del Oeste, es una colección de quince relatos cortos del Oeste, los primeros del autor. El libro contiene una buena introducción con datos de Leonard y comentarios sobre su obra. Se cuenta en ella que las alusiones que hace a hechos históricos, en la narración o los diálogos, no tienen más función que dar aires de historicidad a los relatos y se subraya que Leonard se caracteriza por situar a sus personajes ante dilemas morales que son como encrucijadas y por ponerles a sus historias unos excelentes finales. Es el caso de Los cuatreros: el jefe de la banda debe resolver la situación creada por su alocado hermano y otro miembro de la banda que han robado un centenar de cabezas de ganado por su cuenta así que, en ausencia del sheriff, decide lincharlos. 

Son amenos todos y excelentes algunos. Varios, como el que inicia el libro, El rastro de los apaches y otro titulado Infierno en el Cañón del Diablo, están protagonizados por una pareja característica: el militar experto que conoce a los indios y el joven oficial novato que, juntos, han de hacer frente a unos astutos y peligrosos apaches. Entre los demás hay variedad de argumentos y, de todos ellos, tal vez el mejor sea el que da título a la colección, El tren de las 3:10 a Yuma, de argumento conocido por las dos películas basadas en él, aunque aquí el sheriff que ha de montar en el tren, junto con un peligroso bandido al que ha de llevar a la prisión, no tiene por delante a media humanidad y todo es más sencillo y más creíble.

Un ejemplo del tono característico de muchos relatos, tomado de Infierno en el Cañón del Diablo. Uno de sus protagonistas es el joven teniente Gordon Towner. El narrador dice: «A veces parece que algunos hombres están señalados para hacer grandes cosas, mientras que otros tienen que desempeñar el papel de tonto o de cobarde, predestinados desde la eternidad. Pero si uno examina atentamente todos los casos, y eso quiere decir toda la gente que hay en el mundo, termina descubriendo un momento, una circunstancia en la que cada cual tiene que tomar una decisión que hace de él un hombre o lo malogra. A veces la suerte ayuda. Pero ocurre a menudo en el Ejército, especialmente en un puesto fronterizo, y ahora le estaba ocurriendo al joven Gordon Towner». 

Un tercer libro contiene otros quince relatos y se titula Los cautivos y otros relatos del Oeste. Igual que los demás ya citados, todos se leen bien, todos tienen lugar en Arizona y Nuevo México entre 1870 y 1880, y, tal como indica el prologuista, son incluso mejores que los de la recopilación anterior pues hay en ellos más variedad de personajes y situaciones.

El más largo, Los cautivos, que fue una película famosa en su momento, habla de un tipo, Pat Brennan, al que recoge una diligencia que termina en manos de unos asaltantes: Brennan tiene que lidiar con uno un tanto psicópata y acaba encontrando la forma de salvar la situación. Tiene un punto cómico Entre rejas (Jugged), sobre un chaval joven que acaba en la cárcel después de una borrachera y, como no hay sitio, lo encierran junto con un peligroso bandido. Uno de los relatos, Los únicos buenos (Only Good Ones), fue la primera y corta versión de la novela posterior Hombre.

Para los lectores entusiastas de los héroes justicieros es recomendable La hora de la venganza (Moment of vengeance), una historia sobre un poderoso ranchero al que no le ha gustado nada que su hija Ellis haya huido y se haya casado con uno de sus empleados, Phil Treat, todo un personaje. También encontrarán muy satisfactorio El hombre con el brazo de hierro (Man with the Iron Arm), sobre un vaquero joven, Tobin Royal, de «ese tipo de hombres tienen que estar siempre probando algo que al resto de la gente le trae sin cuidado», que, en una visita a un saloon humilla a un dependiente con un solo brazo, y que, en una visita posterior, unos meses después, encuentra una resistencia inesperada: el narrador, uno de sus compañeros, dirá que «lo que habíamos visto aquella tarde había sido una de las mejores experiencias de nuestra vida».

Elmore Leonard. Los cautivos y otros relatos del Oeste  (The Captives, 1955). Madrid: Valdemar, 2017; 384 pp.; col. Frontera; trad. de Juan Antonio Santos Ramírez; ISBN: 978-8477028659. 
Elmore Leonard. El tren de las 3:10 a Yuma y otros relatos del Oeste  (Three-Ten to Yuma, 1953). Madrid: Valdemar, 2016; 368 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; introducción de Alfredo Lara; ISBN: 978-8477028321.
Elmore Leonard. Hombre y Que viene Valdez (Hombre, 1961; Valdez is Coming, 1970). Madrid: Valdemar, 2015; 368 pp.; col. Frontera; trad. de Juan Antonio Santos (la primera) y Marta Lila Murillo (la segunda); presentación de Alfredo Lara López; ISBN: 978-84-77027966. 

miércoles, 3 de febrero de 2021

'Centauros del desierto' y 'Los que no perdonan', de Alan Le May

Dos buenas novelas del Oeste firmadas por Alan Le May al final de su carrera: Centauros del desierto, en la que se basó la película de John Ford, y Los que no perdonan, en la que también se basó una película de John Huston (con un espíritu distinto al de la novela).

Centauros del desierto se desarrolla en Texas y Nuevo México. Amos Edwards y Martin Pauley, tío y hermano adoptivo de dos niñas raptadas por una partida de comanches después de asesinar a sus padres y hermanos, las buscan durante años. Aunque regresan a sus casas algunas veces, reemprenden de nuevo la búsqueda, casi inmediatamente, siempre impulsados por noticias que les llegan. Hasta que, por fin, dan con el jefe Cicatriz, que parece ser el hombre a quien desean ver. 

Historia bien contada de una búsqueda épica y agotadora, con una «terquedad más allá de los límites de la razón», que acaba siendo una leyenda de la frontera. Todo se cuenta desde la perspectiva de Martin, preocupado por la obsesión vengativa de su tío, que no parece sentir remordimiento alguno por nada. Se narran bien los enfrentamientos y las escenas de violencia que van sucediéndose, así como la forma de comportarse propia de los indios, tan salvajes combatientes como quienes se les enfrentaban: «El hombre fronterizo sabe que la única forma de seguir con vida frente a otro hombre fronterizo enemigo es matándolo (…). No hay leyes, no hay normas morales. La única y suprema norma es la supervivencia, una supervivencia que no depende de la consecución de alimentos o de abrigo frente a las inclemencias meteorológicas sino de la muerte "del otro"».

El buen prólogo de la edición reciente de Valdemar explica que Le May se documentó bien para presentar las formas de comportarse de las tribus indias y para que su ficción se ajustase a los datos históricos conocidos. Quienes recuerden bien la película de John Ford verán diferencias con la novela: en esta la violencia es mayor, son diferentes algunos nombres, y el personaje de Martin tiene mucha más consistencia. Aquí hay otra reseña.

Los que no perdonan también se ambienta en Texas, en los años posteriores a la Guerra de Secesión, y su argumento se podría considerar inverso al de Centauros del desierto: si el núcleo de esta es la búsqueda de una chica blanca retenida por los indios, Los que no perdonan se centra en si la joven Rachel, educada en una familia de pioneros, es o no kiowa, y termina con un feroz ataque indio para recuperarla.

La novela es excelente. Primero se sitúa bien al lector: se hacen buenas descripciones de los escenarios y de la vida de los pioneros; se recuerdan los antecedentes familiares de los Zachary —por qué y cómo murió el padre—; se muestra cómo viven su viuda, sus tres hijos y Rachel, la chica que ahora tiene unos 17 años, muy pendiente siempre del mayor, Ben; las tensas relaciones que mantienen con los vecinos, que sin embargo son sus socios en el trabajo de marcar y acarrear el ganado hasta los mercados de Kansas. En todo este tramo del relato de vez en cuando aparece un hombre misterioso, que había sido un viejo conocido y luego enemigo del padre, cuyo papel se va conociendo poco a poco. Colocadas todas las piezas en su sitio llega un intenso tramo final que culmina en un gran desenlace.

Como es de suponer, la novela está compuesta sin atender a los requerimientos de lo que ahora es políticamente correcto. Por eso, tal como piden los tiempos actuales, la introducción discute, con prudencia, las críticas que ha recibido por los párrafos que supuestamente condenan o menosprecian a los kiowas, pero lo cierto es que también se presentan sus comportamientos rectos y que tampoco se disimula en absoluto la crueldad de los Zachary cuando combaten.

Alan Le May. Centauros del desierto (The Searchers, 1954). Madrid: Nebular, 2003; 288 pp.; col. Clásicos de Hollywood; trad. de Rosa López de Diego; epílogo de Vicente Domínguez; ISBN: 84-96066-02-9. Nueva edición en Madrid: Valdemar, 2013; 368 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; prólogo de Alfredo Lara López; ISBN: 978-8477027447. 
Alan Le May. Los que no perdonan (The Unforgiven, 1957). Madrid: Valdemar, 2018; 336 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; introducción de Alfredo Lara; ISBN: 978-8477028888.