La historia está narrada en primera persona por Chula, una niña de siete años cuando comienza, y algunos capítulos por Petrona, una chica silenciosa y tímida de trece años contratada por su familia para que acompañe y cuide a Chula y su hermana mayor Cassandra. Viven en un barrio de Bogotá de buen nivel con su madre, mientras su padre, ingeniero, trabaja lejos y solo viene a casa de vez en cuando. La vida social está muy alterada: abundan los problemas como cortes de luz y agua y hay noticias continuas de violencias de distinto tipo. En el jardín de la casa hay un ejemplar de borrachero, un árbol de cuyas semillas se hace la burundanga. Mientras se va estrechando la relación de Chula con Petrona, esta se ennovia con un chico vinculado al narcotráfico. Un incidente provoca que la madre de Chula despida a Petrona y esto desencadena los acontecimientos que terminarán con Chula y su familia en los Estados Unidos.
La narración es ágil y está llena de modismos propios del habla local. Los personajes resultan cercanos, en especial las dos protagonistas y la madre, de quien Chula dice que «era alborotera y chillona» y «una coqueta incurable». El relato va ganando fuerza y tensión, en especial cuando se centra en Petrona —un personaje conmovedor—, se describen los modos de vida en el barrio de aluvión donde vive con su familia, y se ven venir todas las trágicas consecuencias de sus decisiones.
Un aspecto de interés para mí es la viveza con la que se describen algunas escenas de juegos, con sus diálogos, de las niñas y sus amigas del barrio. Por ejemplo, el humor negro —reflejo inconsciente de las escenas violentas que suceden a su alrededor— de sus juegos con barbies sin brazos o piernas, porque Cassandra se los había arrancado, y, dice Chula, «inventábamos complejas historias sobre cómo se habían vuelto parapléjicas nuestras barbies. Pero, después, nuestro juego favorito fue el de hacer que eran veteranas y víctimas de la guerra». O, en otro momento, la descripción de una canción que les gustaba: «era fácil aprendérsela. Cortarle la cara al hombre traicionero con una navaja de afeitar era chistoso, pero apuñalarlo, arrancarle el ombligo y matar a su mamá el día de su boda era como para morirse de risa».
Ingrid Rojas Contreras. La fruta del borrachero (Fruit of the Drunken Tree, 2018). Madrid: Impedimenta, 2019; 410 pp.; trad. de Guillermo Sánchez Arreola; ISBN: 978-84-17553-01-2.