jueves, 16 de julio de 2020

'Sigo aquí', de Maggie O'Farrell

Sigo aquí, libro de relatos de Maggie O’Farrell que se subtitula «Diecisiete roces con la muerte», es el primer libro que leo de la escritora norirlandesa. Se podrían calificar de historias de autoficción, pues cada una de las diecisiete habla de un momento en el que, de distintos modos, vio la muerte de cerca. Todas tienen en común una prosa transparente y un tono esperanzador vitalista muy de agradecer.

Algunas se refieren, simplemente, a situaciones en las que más tarde se dio cuenta de lo cerca que había estado de morir, como una vez en la que sintió temor ante un acompañante que se le acercó durante un paseo y, días más tarde, ese personaje asesinó a una chica como ella en unas circunstancias parecidas («Cuello. 1990»), u otra en la que se adentró imprudentemente en el mar y estuvo a punto de morir ahogada («Pulmones. 2000»).

Otras hablan de alguna enfermedad grave, como «Cerebelo. 1980», acerca de una encefalitis que sufrió cuando tenía ocho años. Al narrarla recuerda a sus padres porque, dice, «ahora que tengo hijos considero este episodio con otra perspectiva», y, más adelante, señala cómo, «cuando engendramos una vida nos abrimos al peligro, al miedo. Al coger a mi hijo en brazos me daba cuenta de lo vulnerable que era yo a la muerte: fue la primera vez que eso me asustó. Sabía demasiado bien lo fina que es la membrana que nos separa de ese lugar y la facilidad con la que puede perforarse». Por otro lado, esa enfermedad le dejó, ¿sorprendentemente?, una huella positiva: «Haber estado a punto de morir a los ocho años me hizo tomarme la muerte con optimismo, tal vez en exceso. Sabía que un día llegaría y no me asustaba; al contrario, la proximidad de la muerte me parecía casi familiar. Saber que tenía la suerte de estar viva, que con la misma facilidad podía haber muerto, cambió mi mentalidad. Seguir viva me parecía un regalo, un premio, una bendición: podía hacer con mi vida lo que quisiera. Y, además de engañar a la muerte, me había librado de quedarme paralítica. ¿Qué otra cosa podía hacer con mi independencia, con mi condición ambulatoria, sino sacarle todo el provecho posible?».

Tiene una especial intensidad «Recién nacida y torrente sanguíneo. 2005» acerca de un aborto espontáneo que tuvo. En ese texto dice: «Existe una corriente de pensamiento en el mundo que espera que las mujeres superen el aborto como si no hubiera pasado nada, que lo metabolicen rápidamente y sigan con su vida. “Es como una menstruación mala”, le dijo su suegra a una amiga mía con mucho desparpajo. Y yo digo: ¿por qué? ¿Por qué tenemos que seguir como si no hubiera pasado nada fuera de lo normal? Porque no es normal concebir una vida y después perderla. Estos sucesos tienen que señalarse, respetarse, hay que darles lo que les es debido. Se trata de una vida, por muy pequeña y germinal que sea. Es un conjunto de células tuyas y, en casi todos los casos, de alguien a quien amas. Sí, claro que pasan cosas peores todos los días, eso no lo puede negar nadie que esté en su sano juicio. Pero despreciar un aborto como si no fuera nada, como algo que hay que encajar, y seguir adelante es hacernos un flaco servicio a nosotras mismas, a nuestros hijos vivos, a esos seres incipientes que vivieron tan poco en nuestras entrañas, a que nos imaginamos durante las pocas semanas de embarazo, a esos niños fantasma que todavía llevamos en la cabeza, a los que no lo consiguieron».

También es conmovedor «Hija (Hoy en día)» cuyo hilo es un episodio angustioso cuando, durante un viaje que hizo a Italia con su marido y su hija y a esta, enferma de anafilaxia, se le presenta una crisis aguda inesperada y deben encontrar a toda prisa un hospital. En la narración recuerda situaciones por las que su hija, y su marido y ella, han pasado antes y dice: «Estarás tan agradecida a las personas que demuestran bondad y compasión con ella que casi no podrás contenerte. Tienes que recordarte que debes ser sensata, no emocionarte, cuando encuentras a estos ángeles terrenales, que no debes abrazarlos con una fuerza alarmante ni darles las gracias una y otra vez». Y, pasada cada crisis, dice, de nuevo con un optimismo de lo más alentador, que «te vas a la cama por la noche y respiras en la oscuridad y piensas: un día más. La he mantenido viva un día más. No te perturbarán la amigdalitis, la apendicitis, un niño calado hasta los huesos al principio de un paseo largo, los vómitos, unas rodillas con rasponazos, las astillas, los vaqueros tiesos de caca de perro, un yogur en todo el pelo en el preciso momento en que vas a embarcar en un vuelo internacional, un lago de champú derramado en el suelo del cuarto de baño, las visitas a urgencias por heridas, esguinces y golpes, garabatos de lápices de colores en una pared recién pintada, goteras en el tejado de casa, un aspirante a conductor que se carga un coche. Esas cosas son menudencias; lo crucial es la vida».

Maggie O’Farrell. Sigo aquí. Diecisiete roces con la muerte (I Am, I Am, I Am, 2017). Barcelona: Libros del Asteroide, 2018; 266 pp.; trad. de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera; ISBN: 978-8417007713.