miércoles, 20 de enero de 2021

'Zona. Un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación', de Geoff Dyer

Zona, de Geoff Dyer, es un libro singular que gustará mucho a quien haya visto películas de Andrei Tarkovsky y haya leído sus textos sobre cómo comprendía el cine. En él se sigue paso a paso el argumento de su película Stalker, estrenada en 1979. Para quien no la haya vista se puede apuntar que trata de un enigmático guía, Stalker (el acechador), que conduce a dos viajeros, el Escritor y el Profesor, a un lugar misterioso llamado la Zona; comienzan su periplo en la periferia de una ciudad industrial empobrecida y sombría; de modo clandestino van a la Zona, un lugar cercado por el ejército donde sucedió en el pasado algo extraño y a donde acaban llegando en una vagoneta de tren; y, una vez allí, un espacio natural que parece cambiar de aspecto, tratan de alcanzar la Habitación, un lugar donde se supone que se cumplen los deseos más íntimos de cada uno.

El autor describe y comenta cada escena. Mezcla comentarios generales acerca del cine de Tarkovsky con otros particulares sobre Stalker, donde a la vez que menciona los logros técnicos del director ruso, elucubra sobre lo que pretende y sobre los significados de lo que se muestra en la pantalla. Hace también reflexiones de tipo autobiográfico y consideraciones acerca de las formas de afrontar la vida que se proponen en la película. Aporta más detalles sobre la realización de la película y sobre otras cuestiones anejas a ella en las notas del final.

Dyer señala que «Tarkovski es el gran poeta de la calma en el cine» pues su mirada sobre las cosas está «imbuida por la belleza serena de los iconos rusos como los que pintaba Andréi Rublev». Pero, continúa el autor citando al mismo Tarkovski, «esta tranquilidad es lo opuesto a la atemporalidad: “La imagen deviene auténticamente cinematográfica cuando (entre otras cosas) no solo vive en el tiempo, sino que el tiempo también vive en ella, incluso en cada fotograma individual”». Subraya que la quintaesencia de todas sus películas está en cómo hace ver la magia de las cosas cotidianas, por ejemplo, el paisaje verde azotado por el viento en Stalker; apunta que pocas veces muestra el cielo y que «Tarkovski es el visionario más ligado a la tierra» y parece que «solo le interesa el cielo cuando se refleja en el río o en los charcos». Para explicar su concepción del cine, al comentar las escenas del principio, Dyer recurre al fotógrafo Walker Evans —que mostró «las casas precarias, coches destartalados y las señales descoloridas de la América de los años treinta»— y al cineasta Robert Bresson, que decía que pretendía «hacer visible lo que sin ti quizá nunca se hubiera visto» y mostrar la «cualidad de un mundo nuevo que ninguna de las artes existentes permitía imaginar».

«Wim Wenders piensa que con Stalker Tarkovski llevó el cine a “un terreno completamente nuevo» donde «cada paso podía ser el último”». Es una película que «en cierto sentido trata de sí misma, es una reflexión sobre el viaje que describe». Es una película que, ya desde el comienzo, cuando vemos «edificios que ya no son aquello para lo que se construyeron», «lugares de significado deteriorado», nos habla de cómo, «incluso cuando vemos con claridad no estamos seguros de qué estamos viendo». Y es también una película con algo de parábola del mundo totalitario ruso del que procedía Tarkovski: donde todos están atrapados cualquier escapatoria puede llegar a tener la cualidad del milagro, cuanto más intolerable se vuelve la vida más necesarios son los milagros; es posible, viene a decir Dyer, que tal vez Tarkovski se veía como un stalker, como un hombre perseguido «que nos lleva de viaje a la Zona donde se revelan verdades absolutas» y que, como su personaje, «terminó identificándose con el destino».

Pero, antes de comentar algo sobre los significados elusivos de la Zona, vale la pena reproducir aquí, primero, dos observaciones del autor. 

Una: «La Zona es un lugar de valía garantizada e inmaculada. Es (…) un refugio, una reserva. También una reserva libre de clichés. Es otra de las virtudes de Tarkovski: una liberación total del cliché en un medio donde los clichés no solo se toleran, sino, en la forma de observancia ciega de la convención, se esperan. En Tarkovski no hay clichés: no hay clichés en el argumento, en los personajes, en los planos, no hay clichés musicales para subrayar el significado emocional de una escena (o, como suele ocurrir con mayor frecuencia, para compensar o reemplazar un significado emocional que no existiría de no ser por la música)». 

Otra: que Tarkovski construye el viaje en la vagoneta de tren hacia ella como una «secuencia (una secuencia que se recuerda como una única toma, aunque en realidad consta de cinco), para abocarnos a una especie de trance. Entonces ocurre uno de los milagros del cine, uno de los diversos milagros de una película sobre un lugar supuestamente milagroso. No es un salto de imagen ni un fundido, pero súbita y delicadamente –el traqueteo y los ecos de la música y la vagoneta siguen sonando–, sin ambigüedad, entramos en el color y en la Zona». Porque, al final, la Zona no deja de ser, primero, «otro mundo que no es más que este mundo percibido con una atención sin precedentes». Es un mundo también que «se reconfigura constantemente de manera sutil según tus pensamientos y expectativas». Tarkovski acentúa esto de una forma singular: parece que todo está quieto pero «no lo está; como mínimo el encuadre está contrayéndose o expandiéndose muy ligeramente», casi como si la película y la misma Zona respirasen. Luego, en ella todo sucede «tan lenta y levemente que casi no cambia nada», y así se «nos alerta –aunque sea subliminalmente– de que siempre está pasando algo o está a punto de pasar o podría pasar. La Zona es un lugar –un estado– de mayor alerta. El menor movimiento cambia algo». La Zona viene a ser, como la Montaña Mágica de Thomas Mann, donde «el después se repite constantemente en el ahora, el allí en el aquí».

Que la Zona sea un lugar para observar el mundo y observarse a uno mismo muy atentamente conduce a que sea también un «refugio de significado, esperanza de lo que no ha desaparecido». Aquí el autor hace disquisiciones que, para no ser confusas, requerirían algunas precisiones previas acerca de qué comprendemos cuando hablamos de esperanza: ¿una disposición psicológica?, ¿una esperanza ideológica?, ¿una esperanza cristiana? Yo entiendo que, cuando se dice que la Zona «no es tanto un lugar de esperanza como un lugar donde la esperanza se vuelve contra sí misma, se resigna a cómo son las cosas», y que la tónica de la vida de Stalker es la esperanza pero los stalkers «tienen prohibido entrar en la Habitación», lo que se sugiere es la esperanza cristiana de Stalker: quien ya la tiene y sabe cuál es su alcance puede apuntar alto pero, en lo que se refiere a este mundo, es realista, pues sabe que la resurrección sólo viene después de la Cruz. En cuanto a sus pasajeros, lo que se sugiere también es que, sin una fe previa bien fundada, la esperanza se queda en un optimismo vacío. Por tanto, creo yo, la película nos habla de que la Zona es una oportunidad, es una ocasión para reconocer la realidad de uno mismo, y nos habla de que hay actitudes con las que no es posible la reactivación de la esperanza pues, aunque haya quien nos lleve hasta el punto adecuado, las decisiones finales son personales: una de las lecciones de la Zona, dice la narración es que «a veces un hombre no quiere hacer lo que cree que quiere hacer».

Por último, tiene interés la observación del autor de que «el lugar destacado que Stalker ocupa en mi conciencia casi con total seguridad guarda relación con el hecho de que la viera en una época particular de mi vida. Sospecho que para cualquiera es raro ver sus grandes películas –las que él o ella considera las grandes películas– superados los treinta años de edad. Después de los cuarenta es extremadamente improbable. Tras los cincuenta, imposible. Las películas que ves de niño y adolescente (El desafío de las águilas, Un trabajo en Italia) son tan especiales entre nuestros afectos que resulta más que imposible considerarlas con objetividad (además, tampoco te apetece). Intentar separar sus méritos o deficiencias individuales, verlas como un adulto desinteresado, es como intentar poner nota a tu niñez: imposible porque lo que contemplas o intentas evaluar es una parte formativa de la persona que trata de evaluarlo».

Geoff Dyer. Zona. Un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación (Zona: A Book About a Film About a Journey to a Room, 2012). Barcelona: Mondadori, 2013; 192 pp.; trad. de Cruz Rodríguez Juiz; ISBN: 978-8439727231.