miércoles, 28 de abril de 2021

'Valor de ley', de Charles Portis

Valor de ley, de Charles Portis es una novela muy amena, que se puede alinear con otras de viaje y persecución; o con las que presentan personajes con fuerte carácter que van de pelea en pelea hasta la reconciliación final; y que ha quedado también como una de las grandes novelas del Oeste. 

La protagonista y narradora es Mattie Ross, que ya es mayor cuando recuerda lo que vivió. Su narración comienza del siguiente modo: «A la gente no le parece posible que una muchacha de catorce años abandone su casa en pleno invierno para vengar la muerte de su padre, pero entonces no pareció tan extraño, aunque he de admitir que no era una de esas cosas que ocurren a diario. Yo tenía catorce años recién cumplidos cuando un cobarde que utilizaba el nombre de Tom Chaney disparó contra mi padre en Fort Smith, Arkansas, quitándole la vida, el caballo y ciento cincuenta dólares en efectivo, aparte de dos piezas de oro californiano que llevaba en el cinturón». Dicho esto, Mattie cuenta cómo fue a Fort Smith y allí terminó contratando al más duro e implacable de los comisarios federales, Rooster Cogburn, para que cazase a Chaney, que, al huir, se había unido a una banda peligrosa. Entró en escena también un ranger de Texas, llamado LaBoeuf, que iba detrás de Chaney por un crimen que había cometido en su territorio. Y, al fin, a pesar de la oposición de Cogburn y LaBoeuf, Mattie se unió a ellos para comprobar que Cogburn cumplía lo pactado. Como dirá más adelante, «la verdad es que si uno quiere que las cosas se hagan bien, tiene que encargarse él mismo de ellas».

La reconstrucción ambiental es buena y el argumento es, en sí mismo, sencillo, pero tiene una extraordinaria introducción al conflicto y una magnífica presentación de los protagonistas. Son excelentes los diálogos y están bien elegidos esos elementos que aparecen en el relato al principio y cumplen una función importante llegado el momento: como el pistolón que Mattie lleva o las piezas de oro que tenía su padre. 

Pero, sin duda, lo que vuelve inolvidable la historia es la voz narrativa: sentenciosa —«nunca se sabe lo que hay en el corazón de un hombre»—, segura de sí misma —«nunca he sido de las que se arredran ni escurren el bulto cuando se presenta una tarea desagradable»—, insolente —«a mí me avergonzaría vivir en medio de toda esta mugre», le dice a Rooster, «si yo oliese tan mal como usted, no viviría en una ciudad, sino que me iría a lo alto del monte Magazin, donde solo ofendería a los conejos y las salamandras»—, que presume de buena cristiana —«los buenos cristianos no flaquean ante las dificultades» le dice a un tratante de caballos, que le responde: «ni tampoco van en busca de ellas. Los buenos cristianos no son ni testarudos ni presuntuosos»—, pero que tiene un feroz afán de venganza —«¡no descansaría tranquila hasta que aquel canalla de Louisiana estuviese asándose y aullando en el infierno!»—.

Al llegar a Fort Smith, Mattie presencia la ejecución de tres tipos a los que había enviado a la horca el juez Isaac Parker. A él se refiere con el siguiente comentario:

«El juez era un hombre alto y corpulento, con ojos azules y barbita de chivo. A mí me pareció viejo, aunque por aquel entonces solo contaba unos cuarenta años. Sus modales eran severos. En su lecho de muerte solicitó un sacerdote y se convirtió al catolicismo, que era la religión de su esposa. Eso fue asunto suyo, y yo no tengo por qué meterme en ello. Si ustedes hubieran sentenciado a muerte a ciento sesenta hombres y presenciado la ejecución de ochenta de ellos, quizá en el último minuto habrían sentido la necesidad de una medicina más enérgica que la que los metodistas podían proporcionar. Eso es algo que da que pensar. Hacia el final dijo que él no había ahorcado a todos aquellos hombres, que la ley lo había hecho. En 1896, cuando el juez murió de hidropesía, los encarcelados allá abajo, en aquellos lúgubres calabozos, celebraron una “fiesta”, y los carceleros tuvieron que intervenir para silenciarlos.

Dos párrafos sobre la querencia de la narradora por contar las cosas como respondiendo a preguntas de sus posibles interlocutores, y por dar autoridad a sus opiniones con citas bíblicas.

En uno dice: «He visto algunos caballos y gran cantidad de cerdos que, a mi parecer, albergaban malas intenciones. Iré incluso más lejos y diré que todos los gatos son malvados, aunque a menudo resulten útiles. ¿Quién no ha visto al diablo en sus taimados rostros? Algunos predicadores dirán que bueno, que eso son supersticiones. Y yo contesto: predicador, coge tu Biblia y lee a Lucas 8,26-33».

En otro, hablando de su creencia en la predestinación, afirma: «Confieso que es una doctrina dura y que va en contra de nuestras terrenales ideas sobre el juego limpio, pero no veo forma de rebatirla. Lean la primera epístola a los Corintios (6, 13) y la segunda a Timoteo (1, 9-10). Y también la primera de san Pedro (1, 2; 19, 20), y a los Romanos (11, 7). Ahí tienen. Eso satisfizo a Pablo y a Silas y me satisface a mí. Y también les ha de satisfacer a ustedes».

Charles Portis. Valor de ley (True Grit, 1968). Barcelona: Debolsillo, 2011; 208 pp.; col. Best seller; trad. de Eduardo Mallorquí; ISBN: 978-8499087337. 

miércoles, 14 de abril de 2021

'Shane', de Jack Schaefer

Shane fue la primera novela de Jack Schaefer, un periodista interesado por el cine. En ella se basó la película Raíces profundas y se inspiró, años después, el western de Clint Eastwood El jinete pálido. En la buena presentación de la edición que menciono (que contiene varios relatos más), se indica que, en tres votaciones de la Asociación de Escritores de Western, en 1985, 1995, y principios del siglo XXI, fue elegida como la mejor novela del género.

Wyoming, 1889 (igual que la novela del género que primero planteó el conflicto entre granjeros y ganaderos: El Virginiano). A la granja de los Starret llega un desconocido misterioso que se presenta con un «llamadme Shane». Atraído por el buen trato que le dan el granjero, Joe, su mujer Marian, y el pequeño Bob, decide quedarse a trabajar con ellos un tiempo. Cuando el gran propietario de terrenos y ganados, su vecino Luke Fletcher, aumenta sus gestos intimidatorios y violentos contra los granjeros que vallan sus campos y no dejan paso libre a sus reses, Shane desempolva la pistola que tenía oculta y actúa.

Shane pivota sobre todo lo que no se cuenta y el lector se imagina en relación al pasado secreto del héroe. Está conseguido el progresivo aumento de la tensión después de un comienzo calmado donde se presentan los personajes y el conflicto. Es un acierto pleno la elección del narrador y su forma de contar las cosas: la del adulto que recuerda lo que sucedió, cuando él era un niño y se sintió completamente fascinado por el recién llegado: por su misterio, por su cortesía, por su energía en el trabajo, por sus acciones incomprensibles para él —como la de que se sentase siempre frente a las puertas de las habitaciones en las que entraba—.

Luego, el narrador conjuga bien dos perspectivas. Una, la de no ir más allá de lo que vio y oyó, y por eso pone en boca de sus padres, a los que a veces oye a escondidas, las reflexiones y comentarios que un niño no haría nunca, y hace referencias a que los adultos se comportaban de un modo que desbordaba su «limitada experiencia de niño». Otra, la de apuntar sentimientos que tuvo entonces pero que sólo se pueden expresar apropiadamente con el paso del tiempo: por ejemplo, el de que percibió, por la nobleza de su trato, que Shane era un hombre en quien, como en su padre, «un chico podía confiar con la certeza de que lo que quedaba más allá de su comprensión seguía siendo limpio, coherente y justo».

Jack Schaefer. Shane (Raíces profundas) y otras historias (Shane 1949; Cooter James, 1952; The Coup of Long Lance, 1956; The Mark House, 1954; Jacob, 1953; Harvey Kendall). Madrid: Valdemar, 2015; 293 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; ISBN: 978-84-7702-815-4. 

miércoles, 24 de febrero de 2021

'Indian Country' y 'El árbol del ahorcado y otros relatos de la Frontera', de Dorothy M. Johnson

La editorial Valdemar inició su colección Frontera, de novelas del Oeste, con Indian Country, una recopilación de once relatos cortos de Dorothy M. Johnson (1905-1984), una buena elección porque son relatos de calidad y porque, contra la presunción que harían muchos, es interesante ver a una mujer dando lecciones a tantos colegas varones acerca de cómo hablar con categoría literaria de un mundo tan marcado por la violencia. Tiempo después, en la misma colección se publicaron otros diez relatos más de la autora con el título El árbol del ahorcado y otros relatos de la Frontera. Si Indian Country tenía como principales protagonistas a indios o, más bien, a pioneros que chocaban o se relacionaban con los indios, los personajes de esta segunda selección son los típicos tahúres, vaqueros, predicadores, buscadores de oro, etc.

También por la importancia que tuvieron sus versiones cinematográficas —cuya fama me ahorra dar un resumen de los argumentos—, los relatos más conocidos de la primera recopilación son Un hombre llamado Caballo (A Man Called Horse, 1950) y El hombre que mató a Liberty Balance (The Man Who Shot Liberty Balance, 1953), el único en cuya trama los indios no juegan papel alguno. De la segunda recopilación el más destacado es el que le da título, El árbol del ahorcado (The Hanging Tree, 1957); aunque tampoco conviene perderse La hermana perdida (Lost Sister, 1956) —sobre una chica, secuestrada por los comanches cuando era niña, que vuelve a vivir con su gente—.

Como explican las buenas introducciones a los dos libros, vale la pena observar la forma escueta y aparentemente simple, con frases medidas y sin énfasis alguno, con la que la autora retrata y describe personajes y situaciones. También es notable cómo cambia de registro, y de un relato a otro pasa sin problemas de lo trágico a lo humorístico, y cómo sus desenlaces no son previsibles y pueden ser de cualquier tipo. Otro aspecto de interés es lo que podríamos llamar el aspecto documental de estos relatos: la escritora deseaba e intentó pintar con realismo a las gentes que pueblan sus narraciones, blancos e indios y, de hecho, las tribus indias de las que habla son aquellas que vivían en las grandes llanuras de su estado, Montana: Crows, Pies negros, Cheyennes, Sioux.

Dorothy M. Johnson. Indian Country (1953). Madrid: Valdemar, 2011; 264 pp.; col. Frontera; trad. de José Menéndez-Manjón Cueto; introd. de Alfredo Lara; ISBN: 978-8477027126.
Dorothy M. Johnson. 
El árbol del ahorcado y otros relatos de la Frontera (The Hanging Tree, 1957). Madrid: Valdemar, 2013; 304 pp.; col. Frontera; trad. de Gonzalo Quesada Gómez; introd. de Alfredo Lara; ISBN: 978-8477027546.

miércoles, 17 de febrero de 2021

'Iluminando el camino', de Bess Streeter Aldrich

Iluminando el camino, de Bess Streeter Aldrich, fue la edición española, de hace ya mucho tiempo, de A Lantern in Her Hand, una gran novela que fue muy popular en los Estados Unidos desde su publicación en 1928. El título original está tomado de unos versos de Joyce Kilmer que abren el libro: «Como el camino era escabroso arcano, / y atravesaba un hostil país de roca, / Dios dictó una canción a mi boca / y puso una linterna en mi mano». 

Cuenta la vida de una familia de pioneros en Nebraska, centrando su atención en la madre, Abbie Deal. Empieza presentándola cuando es Abbie Mackenzie, una chica de ascendencia escocesa que vivió en Chicago siendo niña hasta que su familia se fue a Iowa, el año 1854. Allí se hizo maestra en una escuela rural, trabajo que, al igual que sus sueños artísticos, abandonó cuando, con 19 años, al terminar la guerra de Secesión, se casó con Will Deal, de 23. Viven primero con la familia de Will hasta que ambos deciden marcharse a las praderas de Nebraska, donde construyen una casa y ponen en marcha una granja. Hacen frente a toda clase de contrariedades —sequías, langostas, tormentas de nieve…— mientras van teniendo hijos, de los que sobreviven cinco. A su alrededor otras familias van abandonando pero los Deal, y sus vecinos los Lutz y los Reinmueller, permanecen. Los hijos van creciendo, siguen sus propios caminos y se van marchando de la granja. Will muere relativamente joven y Abbie aún tiene por delante unos años de viudez en los que se queda viviendo primero con su hija pequeña y luego sola en su casa, salvo las visitas ocasionales de sus hijos y sus nietos.

La autora se basó en relatos de su propia madre, que en 1854 habia viajado al Oeste para instalarse allí, y en otros testimonios de mujeres que habían tenido vidas similares a la suya. Logra comunicar, con viveza y verosimilitud, cómo eran las vidas de aquellos pioneros y los escenarios en los que vivieron. Se centra en poner de manifiesto los sentimientos de su protagonista: sus deseos de sostener las fuerzas de su marido cuando flaquean, su amor y su valor para sacar adelante a sus hijos sobreponiéndose a las dificultades, sus alegrías cuando ve avances sociales y cuando sus hijos tienen éxitos. Quizá los momentos más poderosos del relato sean, además de algunos en los que los Deal superan situaciones muy críticas, aquellos en los que Abbie reacciona enérgicamente contra el desánimo ante las dificultades o contra las tentaciones de lamentarse por haber elegido ese camino.

Puede dar idea del tono de la historia, también del énfasis que a veces tiene la narración, una escena que ocurre cuando los Deal están pasando momentos duros y se aproxima la Navidad. Al principio del capítulo Abbie le dice a su vecina Sara: «Yo creo, querida Sara, que todas las madres tienen el deber de proporcionar unas Navidades felices a sus hijos. Ellos lo recuerdan luego toda su vida. Yo creo que hasta eso hace de nuestros hijos hombres y mujeres mejores».

Al final del capítulo termina así el narrador: «Dice la Historia que el invierno del 74 al 75 fue extremadamente riguroso y se vio marcado por una gran depresión en todos los negocios, además de ser muy malas las cosechas de aquel año. Pero la Historia no toma en consideración a los niños. ¿Tristeza?... ¿Mala cosecha?... ¿Depresión en los negocios?... Para los tres niños de la pradera, en aquella casita de los Deal, aquel fue un invierno maravilloso. No había muchos víveres en la despensa de la casa; no había mucho, mejor dicho, no había casi ningún dinero en el bolsillo del bondadoso padre; los regalos de aquella Navidad eran cosas caseras, humildes, sin valor material alguno; y todo dentro de aquella casa, un pobre cascarón de nuez perdido en la inmensidad del desierto, de las praderas infinitas y solitarias… ¿Cómo, entonces, podía albergar aquella casa tan pequeña tanta dicha y tanta ventura?... ¿Cómo podía encerrarse entre estas cuatro paredes estrechas y bajo este techo de la pobre cabaña semejante encanto?… ¿Y cómo podía dimanar de este hogar humildísimo una especie de santo efluvio, de calor y de luz radiante que parecía esparcirse a todos los hombres y mujeres de la comarca y diríase que del mundo entero?... ¡Oh, era porque allí se albergaban unos corazones puros, era porque el amor que se albergaba en la casita…, era porque la Estrella de la Navidad y del Hogar había venido a posarse sobre el tejado de la pobre barraca de adobes!...»

Bess Streeter Aldrich. Iluminando el camino (A Lantern in Her Hand, 1928). Barcelona: Luis de Caralt, 1955; 268 pp.; trad. de Antonio Guardiola. Una edición en inglés está en University of Nebraska Press, 1994; 307 pp.; Bison Book; ISBN: 0-8032-5922-0; y otra edición íntegra en la red está
en este enlace

miércoles, 10 de febrero de 2021

Relatos del Oeste de Elmore Leonard

Elmore Leonard fue un conocido escritor de novelas policiacas que también publicó varios populares relatos y novelas del Oeste publicados todos ellos en tres libros.

Uno contiene Hombre, uno de los primeros y que parece ser el mejor, y Que viene Valdez, uno de los últimos, que también es valioso aunque sea más tópico. Ambas tienen como protagonistas a personajes marginales y unos desenlaces notables. 

Hombre es uno de los nombres que se dan a John Russell, un lacónico tipo que vivió varios años con los apaches. Al comienzo de la historia el narrador indica que su jefe, el señor Méndez le dice: «Echa un buen vistazo a Russell. No volverás a ver otro como él en tu vida». Pues bien, Russell ha de ir a reclamar una herencia y, con ese fin, se sube a una diligencia en la que van el mismo dueño del vehículo, Méndez, el empleado y narrador, un agente indio con mucho dinero y su esposa, una chica joven que también había sido secuestrada por los indios, y un tipo desconocido que a última hora logra de malos modos que le incluyan en ese viaje. A mitad de camino los asaltan y todos han de confiar en Russell, a quien antes habían obligado a viajar en el pescante al enterarse de su condición de indio.

Que viene Valdez tiene como héroe a un mexicano sereno e impasible, sheriff a tiempo parcial en el pueblo. Cuando intenta mediar en un conflicto acaba matando a un hombre, pero luego se da cuenta de que fue un error e intenta que el hombre poderoso que forzó las cosas, Tanner, compense a la viuda india con una cantidad razonable. Tanner se ríe de él y lo despide; Valdez lo intenta de nuevo y la despedida es, esta vez, más humillante. Valdez, entonces, decide volver a pedírselo de un modo que lo entienda.

El narrador de Hombre cuenta lo sucedido después de que todo terminó, con vocabulario sencillo y un tono a la vez crítico y admirativo hacia Russell, un héroe con grandes habilidades pero no invulnerable. También lo hace con acentos graciosos, por ejemplo cuando habla de su temor a mirar al desconocido amenazador: «era como estar con una persona que tuviera una gran nariz o algo parecido. No quieres que te sorprendan mirando la nariz o incluso diciendo la palabra. (Espero que ningún lector narizotas se ofenda. No me estaba burlando de ninguna nariz)».

Que viene Valdez se narra en tercera persona y tiene toques peliculeros, como cuando el héroe deja de ser el cuarentón gris y paciente para volver a ser «el Valdez de otro tiempo», el «Valdez que nadie había visto desde hacía diez años». Además, es amigo y protegido de la dueña del burdel del pueblo, la mujer de su enemigo se va contenta con él, el malvado es extraordinariamente duro y cerril… Con todo, los diálogos son buenos, el argumento engancha, y todo se narra con claridad y simpatía: «La suerte estaba bien cuando se tenía, pero no se podía contar con ella. A veces funcionaba bien y otras mal, pero funcionaba más bien que mal si uno sabía lo que se traía entre manos, si tenía cuidado y prestaba atención a lo que veía y oía». 

Un segundo libro, El tren de las 3:10 a Yuma y otros relatos del Oeste, es una colección de quince relatos cortos del Oeste, los primeros del autor. El libro contiene una buena introducción con datos de Leonard y comentarios sobre su obra. Se cuenta en ella que las alusiones que hace a hechos históricos, en la narración o los diálogos, no tienen más función que dar aires de historicidad a los relatos y se subraya que Leonard se caracteriza por situar a sus personajes ante dilemas morales que son como encrucijadas y por ponerles a sus historias unos excelentes finales. Es el caso de Los cuatreros: el jefe de la banda debe resolver la situación creada por su alocado hermano y otro miembro de la banda que han robado un centenar de cabezas de ganado por su cuenta así que, en ausencia del sheriff, decide lincharlos. 

Son amenos todos y excelentes algunos. Varios, como el que inicia el libro, El rastro de los apaches y otro titulado Infierno en el Cañón del Diablo, están protagonizados por una pareja característica: el militar experto que conoce a los indios y el joven oficial novato que, juntos, han de hacer frente a unos astutos y peligrosos apaches. Entre los demás hay variedad de argumentos y, de todos ellos, tal vez el mejor sea el que da título a la colección, El tren de las 3:10 a Yuma, de argumento conocido por las dos películas basadas en él, aunque aquí el sheriff que ha de montar en el tren, junto con un peligroso bandido al que ha de llevar a la prisión, no tiene por delante a media humanidad y todo es más sencillo y más creíble.

Un ejemplo del tono característico de muchos relatos, tomado de Infierno en el Cañón del Diablo. Uno de sus protagonistas es el joven teniente Gordon Towner. El narrador dice: «A veces parece que algunos hombres están señalados para hacer grandes cosas, mientras que otros tienen que desempeñar el papel de tonto o de cobarde, predestinados desde la eternidad. Pero si uno examina atentamente todos los casos, y eso quiere decir toda la gente que hay en el mundo, termina descubriendo un momento, una circunstancia en la que cada cual tiene que tomar una decisión que hace de él un hombre o lo malogra. A veces la suerte ayuda. Pero ocurre a menudo en el Ejército, especialmente en un puesto fronterizo, y ahora le estaba ocurriendo al joven Gordon Towner». 

Un tercer libro contiene otros quince relatos y se titula Los cautivos y otros relatos del Oeste. Igual que los demás ya citados, todos se leen bien, todos tienen lugar en Arizona y Nuevo México entre 1870 y 1880, y, tal como indica el prologuista, son incluso mejores que los de la recopilación anterior pues hay en ellos más variedad de personajes y situaciones.

El más largo, Los cautivos, que fue una película famosa en su momento, habla de un tipo, Pat Brennan, al que recoge una diligencia que termina en manos de unos asaltantes: Brennan tiene que lidiar con uno un tanto psicópata y acaba encontrando la forma de salvar la situación. Tiene un punto cómico Entre rejas (Jugged), sobre un chaval joven que acaba en la cárcel después de una borrachera y, como no hay sitio, lo encierran junto con un peligroso bandido. Uno de los relatos, Los únicos buenos (Only Good Ones), fue la primera y corta versión de la novela posterior Hombre.

Para los lectores entusiastas de los héroes justicieros es recomendable La hora de la venganza (Moment of vengeance), una historia sobre un poderoso ranchero al que no le ha gustado nada que su hija Ellis haya huido y se haya casado con uno de sus empleados, Phil Treat, todo un personaje. También encontrarán muy satisfactorio El hombre con el brazo de hierro (Man with the Iron Arm), sobre un vaquero joven, Tobin Royal, de «ese tipo de hombres tienen que estar siempre probando algo que al resto de la gente le trae sin cuidado», que, en una visita a un saloon humilla a un dependiente con un solo brazo, y que, en una visita posterior, unos meses después, encuentra una resistencia inesperada: el narrador, uno de sus compañeros, dirá que «lo que habíamos visto aquella tarde había sido una de las mejores experiencias de nuestra vida».

Elmore Leonard. Los cautivos y otros relatos del Oeste  (The Captives, 1955). Madrid: Valdemar, 2017; 384 pp.; col. Frontera; trad. de Juan Antonio Santos Ramírez; ISBN: 978-8477028659. 
Elmore Leonard. El tren de las 3:10 a Yuma y otros relatos del Oeste  (Three-Ten to Yuma, 1953). Madrid: Valdemar, 2016; 368 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; introducción de Alfredo Lara; ISBN: 978-8477028321.
Elmore Leonard. Hombre y Que viene Valdez (Hombre, 1961; Valdez is Coming, 1970). Madrid: Valdemar, 2015; 368 pp.; col. Frontera; trad. de Juan Antonio Santos (la primera) y Marta Lila Murillo (la segunda); presentación de Alfredo Lara López; ISBN: 978-84-77027966. 

miércoles, 3 de febrero de 2021

'Centauros del desierto' y 'Los que no perdonan', de Alan Le May

Dos buenas novelas del Oeste firmadas por Alan Le May al final de su carrera: Centauros del desierto, en la que se basó la película de John Ford, y Los que no perdonan, en la que también se basó una película de John Huston (con un espíritu distinto al de la novela).

Centauros del desierto se desarrolla en Texas y Nuevo México. Amos Edwards y Martin Pauley, tío y hermano adoptivo de dos niñas raptadas por una partida de comanches después de asesinar a sus padres y hermanos, las buscan durante años. Aunque regresan a sus casas algunas veces, reemprenden de nuevo la búsqueda, casi inmediatamente, siempre impulsados por noticias que les llegan. Hasta que, por fin, dan con el jefe Cicatriz, que parece ser el hombre a quien desean ver. 

Historia bien contada de una búsqueda épica y agotadora, con una «terquedad más allá de los límites de la razón», que acaba siendo una leyenda de la frontera. Todo se cuenta desde la perspectiva de Martin, preocupado por la obsesión vengativa de su tío, que no parece sentir remordimiento alguno por nada. Se narran bien los enfrentamientos y las escenas de violencia que van sucediéndose, así como la forma de comportarse propia de los indios, tan salvajes combatientes como quienes se les enfrentaban: «El hombre fronterizo sabe que la única forma de seguir con vida frente a otro hombre fronterizo enemigo es matándolo (…). No hay leyes, no hay normas morales. La única y suprema norma es la supervivencia, una supervivencia que no depende de la consecución de alimentos o de abrigo frente a las inclemencias meteorológicas sino de la muerte "del otro"».

El buen prólogo de la edición reciente de Valdemar explica que Le May se documentó bien para presentar las formas de comportarse de las tribus indias y para que su ficción se ajustase a los datos históricos conocidos. Quienes recuerden bien la película de John Ford verán diferencias con la novela: en esta la violencia es mayor, son diferentes algunos nombres, y el personaje de Martin tiene mucha más consistencia. Aquí hay otra reseña.

Los que no perdonan también se ambienta en Texas, en los años posteriores a la Guerra de Secesión, y su argumento se podría considerar inverso al de Centauros del desierto: si el núcleo de esta es la búsqueda de una chica blanca retenida por los indios, Los que no perdonan se centra en si la joven Rachel, educada en una familia de pioneros, es o no kiowa, y termina con un feroz ataque indio para recuperarla.

La novela es excelente. Primero se sitúa bien al lector: se hacen buenas descripciones de los escenarios y de la vida de los pioneros; se recuerdan los antecedentes familiares de los Zachary —por qué y cómo murió el padre—; se muestra cómo viven su viuda, sus tres hijos y Rachel, la chica que ahora tiene unos 17 años, muy pendiente siempre del mayor, Ben; las tensas relaciones que mantienen con los vecinos, que sin embargo son sus socios en el trabajo de marcar y acarrear el ganado hasta los mercados de Kansas. En todo este tramo del relato de vez en cuando aparece un hombre misterioso, que había sido un viejo conocido y luego enemigo del padre, cuyo papel se va conociendo poco a poco. Colocadas todas las piezas en su sitio llega un intenso tramo final que culmina en un gran desenlace.

Como es de suponer, la novela está compuesta sin atender a los requerimientos de lo que ahora es políticamente correcto. Por eso, tal como piden los tiempos actuales, la introducción discute, con prudencia, las críticas que ha recibido por los párrafos que supuestamente condenan o menosprecian a los kiowas, pero lo cierto es que también se presentan sus comportamientos rectos y que tampoco se disimula en absoluto la crueldad de los Zachary cuando combaten.

Alan Le May. Centauros del desierto (The Searchers, 1954). Madrid: Nebular, 2003; 288 pp.; col. Clásicos de Hollywood; trad. de Rosa López de Diego; epílogo de Vicente Domínguez; ISBN: 84-96066-02-9. Nueva edición en Madrid: Valdemar, 2013; 368 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; prólogo de Alfredo Lara López; ISBN: 978-8477027447. 
Alan Le May. Los que no perdonan (The Unforgiven, 1957). Madrid: Valdemar, 2018; 336 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; introducción de Alfredo Lara; ISBN: 978-8477028888.

miércoles, 27 de enero de 2021

'Exhalación', de Ted Chiang

Ted Chiang, nacido en Estados Unidos de padres chinos, es muy conocido en el mundo de la ciencia-ficción o, como suele gustarles más decir a muchos seguidores del género, de la ficción especulativa, una denominación más certera en su caso pues sus preocupaciones son más bien filosóficas que científicas, aunque describa muchos pormenores tecnológicos con meticulosidad. Exhalación, elegido por el New York Times como uno de los diez mejores libros del 2019, reúne nueve narraciones: siete ya publicadas y ganadoras de los premios más importantes de la ciencia-ficción, y dos nuevas. Al final del libro el autor hace un breve comentario a cada una: la idea inicial que la originó, algún propósito que tuvo al componerla, algo que le influyó —un relato de Philip K. Dick, un libro del lingüista jesuita Walter Ong, unas bromas de los Monty Python, etc.—. 
 
«El comerciante y la puerta del alquimista» tiene tono de relato árabe de las mil y una noches y habla de viajes en el tiempo de unos personajes que, por una u otra razón desean hablar con sus yo más jóvenes. Da título al libro «Exhalación», la grabación en la que un ser de otro mundo habla de cómo su mundo desapareció. Es cortito «Lo que se espera de nosotros», un cuento acerca de un artefacto, el Pronostic, que demuestra que no existe el libre albedrío. «El ciclo de vida de los elementos de software» es una historia, por momentos algo turbia, más larga que las demás, acerca del apego de unas personas a sus digientes, criaturas del espacio virtual que también tienen un cuerpo físico, y de las obligaciones morales de los dueños hacia ellas. «La niñera automática, patentada por dacey», tiene aires de ensayo histórico con un punto cómico, acerca de un invento realizado a principios del siglo XX. «La verdad del hecho, la verdad del sentimiento» alterna dos narraciones situadas en distintas épocas que le sirven al autor para hablar de cómo, al contarnos a nosotros mismos nuestro pasado, lo deformamos, sea cual sea el medio que usemos. El narrador del breve «El gran silencio» es un papagayo portorriqueño que dice que la actividad humana ha llevado a su especie al borde de la extinción pero no culpa a los hombres pues «no lo hicieron con mala intención. Simplemente no estaban prestando atención». «Ónfalo», un relato inédito, se ambienta en un mundo diferente al nuestro y lo narra una arqueóloga: sus descubrimientos la conducen a pensar que, contra lo que ella creía, «la humanidad no es la razón por la que se creó el universo y a que el sentido que tienen nuestras vidas nos lo hemos de dar a nosotros mismos. «La ansiedad es el vértigo de la libertad», otro relato inédito, parte de que hay acontecimientos cuánticos que generan distintas ramas históricas, lo que hace surgir «corredores de datos», personas que intercambian noticias sobre acontecimientos actuales y sus versiones paralelas, y que venden esa información, y provoca también que cometan delitos relacionados con esas posibilidades.

Chiang es un gran narrador que gana lectores porque consigue que las historias más improbables e intrincadas parezcan posibles y relativamente sencillas. Su talento se nota también en que varía el tono y el punto de vista de cada una, por más que, dados los escenarios futuros o extraños en los que se sitúan, así como los asuntos tecnológicos que plantea y describe, ha de buscar siempre la forma de dar explicaciones. Luego, como se deduce de los breves argumentos, y como es tan habitual en el género, los dilemas morales y los conflictos emocionales de sus personajes son barrocos, óptimos para discutir interminablemente, y artificiosos, lejanos de cualquier problema o preocupación real.

Ted Chiang. Exhalación (Exhalation: Stories, 2019). Madrid. Sexto Piso, 2020; 348 pp.; trad. de Rubén Martín Giráldez. Sexto Piso. Madrid, 2020; 348 pp.; ISBN: 978-8417517793.

miércoles, 20 de enero de 2021

'Zona. Un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación', de Geoff Dyer

Zona, de Geoff Dyer, es un libro singular que gustará mucho a quien haya visto películas de Andrei Tarkovsky y haya leído sus textos sobre cómo comprendía el cine. En él se sigue paso a paso el argumento de su película Stalker, estrenada en 1979. Para quien no la haya vista se puede apuntar que trata de un enigmático guía, Stalker (el acechador), que conduce a dos viajeros, el Escritor y el Profesor, a un lugar misterioso llamado la Zona; comienzan su periplo en la periferia de una ciudad industrial empobrecida y sombría; de modo clandestino van a la Zona, un lugar cercado por el ejército donde sucedió en el pasado algo extraño y a donde acaban llegando en una vagoneta de tren; y, una vez allí, un espacio natural que parece cambiar de aspecto, tratan de alcanzar la Habitación, un lugar donde se supone que se cumplen los deseos más íntimos de cada uno.

El autor describe y comenta cada escena. Mezcla comentarios generales acerca del cine de Tarkovsky con otros particulares sobre Stalker, donde a la vez que menciona los logros técnicos del director ruso, elucubra sobre lo que pretende y sobre los significados de lo que se muestra en la pantalla. Hace también reflexiones de tipo autobiográfico y consideraciones acerca de las formas de afrontar la vida que se proponen en la película. Aporta más detalles sobre la realización de la película y sobre otras cuestiones anejas a ella en las notas del final.

Dyer señala que «Tarkovski es el gran poeta de la calma en el cine» pues su mirada sobre las cosas está «imbuida por la belleza serena de los iconos rusos como los que pintaba Andréi Rublev». Pero, continúa el autor citando al mismo Tarkovski, «esta tranquilidad es lo opuesto a la atemporalidad: “La imagen deviene auténticamente cinematográfica cuando (entre otras cosas) no solo vive en el tiempo, sino que el tiempo también vive en ella, incluso en cada fotograma individual”». Subraya que la quintaesencia de todas sus películas está en cómo hace ver la magia de las cosas cotidianas, por ejemplo, el paisaje verde azotado por el viento en Stalker; apunta que pocas veces muestra el cielo y que «Tarkovski es el visionario más ligado a la tierra» y parece que «solo le interesa el cielo cuando se refleja en el río o en los charcos». Para explicar su concepción del cine, al comentar las escenas del principio, Dyer recurre al fotógrafo Walker Evans —que mostró «las casas precarias, coches destartalados y las señales descoloridas de la América de los años treinta»— y al cineasta Robert Bresson, que decía que pretendía «hacer visible lo que sin ti quizá nunca se hubiera visto» y mostrar la «cualidad de un mundo nuevo que ninguna de las artes existentes permitía imaginar».

«Wim Wenders piensa que con Stalker Tarkovski llevó el cine a “un terreno completamente nuevo» donde «cada paso podía ser el último”». Es una película que «en cierto sentido trata de sí misma, es una reflexión sobre el viaje que describe». Es una película que, ya desde el comienzo, cuando vemos «edificios que ya no son aquello para lo que se construyeron», «lugares de significado deteriorado», nos habla de cómo, «incluso cuando vemos con claridad no estamos seguros de qué estamos viendo». Y es también una película con algo de parábola del mundo totalitario ruso del que procedía Tarkovski: donde todos están atrapados cualquier escapatoria puede llegar a tener la cualidad del milagro, cuanto más intolerable se vuelve la vida más necesarios son los milagros; es posible, viene a decir Dyer, que tal vez Tarkovski se veía como un stalker, como un hombre perseguido «que nos lleva de viaje a la Zona donde se revelan verdades absolutas» y que, como su personaje, «terminó identificándose con el destino».

Pero, antes de comentar algo sobre los significados elusivos de la Zona, vale la pena reproducir aquí, primero, dos observaciones del autor. 

Una: «La Zona es un lugar de valía garantizada e inmaculada. Es (…) un refugio, una reserva. También una reserva libre de clichés. Es otra de las virtudes de Tarkovski: una liberación total del cliché en un medio donde los clichés no solo se toleran, sino, en la forma de observancia ciega de la convención, se esperan. En Tarkovski no hay clichés: no hay clichés en el argumento, en los personajes, en los planos, no hay clichés musicales para subrayar el significado emocional de una escena (o, como suele ocurrir con mayor frecuencia, para compensar o reemplazar un significado emocional que no existiría de no ser por la música)». 

Otra: que Tarkovski construye el viaje en la vagoneta de tren hacia ella como una «secuencia (una secuencia que se recuerda como una única toma, aunque en realidad consta de cinco), para abocarnos a una especie de trance. Entonces ocurre uno de los milagros del cine, uno de los diversos milagros de una película sobre un lugar supuestamente milagroso. No es un salto de imagen ni un fundido, pero súbita y delicadamente –el traqueteo y los ecos de la música y la vagoneta siguen sonando–, sin ambigüedad, entramos en el color y en la Zona». Porque, al final, la Zona no deja de ser, primero, «otro mundo que no es más que este mundo percibido con una atención sin precedentes». Es un mundo también que «se reconfigura constantemente de manera sutil según tus pensamientos y expectativas». Tarkovski acentúa esto de una forma singular: parece que todo está quieto pero «no lo está; como mínimo el encuadre está contrayéndose o expandiéndose muy ligeramente», casi como si la película y la misma Zona respirasen. Luego, en ella todo sucede «tan lenta y levemente que casi no cambia nada», y así se «nos alerta –aunque sea subliminalmente– de que siempre está pasando algo o está a punto de pasar o podría pasar. La Zona es un lugar –un estado– de mayor alerta. El menor movimiento cambia algo». La Zona viene a ser, como la Montaña Mágica de Thomas Mann, donde «el después se repite constantemente en el ahora, el allí en el aquí».

Que la Zona sea un lugar para observar el mundo y observarse a uno mismo muy atentamente conduce a que sea también un «refugio de significado, esperanza de lo que no ha desaparecido». Aquí el autor hace disquisiciones que, para no ser confusas, requerirían algunas precisiones previas acerca de qué comprendemos cuando hablamos de esperanza: ¿una disposición psicológica?, ¿una esperanza ideológica?, ¿una esperanza cristiana? Yo entiendo que, cuando se dice que la Zona «no es tanto un lugar de esperanza como un lugar donde la esperanza se vuelve contra sí misma, se resigna a cómo son las cosas», y que la tónica de la vida de Stalker es la esperanza pero los stalkers «tienen prohibido entrar en la Habitación», lo que se sugiere es la esperanza cristiana de Stalker: quien ya la tiene y sabe cuál es su alcance puede apuntar alto pero, en lo que se refiere a este mundo, es realista, pues sabe que la resurrección sólo viene después de la Cruz. En cuanto a sus pasajeros, lo que se sugiere también es que, sin una fe previa bien fundada, la esperanza se queda en un optimismo vacío. Por tanto, creo yo, la película nos habla de que la Zona es una oportunidad, es una ocasión para reconocer la realidad de uno mismo, y nos habla de que hay actitudes con las que no es posible la reactivación de la esperanza pues, aunque haya quien nos lleve hasta el punto adecuado, las decisiones finales son personales: una de las lecciones de la Zona, dice la narración es que «a veces un hombre no quiere hacer lo que cree que quiere hacer».

Por último, tiene interés la observación del autor de que «el lugar destacado que Stalker ocupa en mi conciencia casi con total seguridad guarda relación con el hecho de que la viera en una época particular de mi vida. Sospecho que para cualquiera es raro ver sus grandes películas –las que él o ella considera las grandes películas– superados los treinta años de edad. Después de los cuarenta es extremadamente improbable. Tras los cincuenta, imposible. Las películas que ves de niño y adolescente (El desafío de las águilas, Un trabajo en Italia) son tan especiales entre nuestros afectos que resulta más que imposible considerarlas con objetividad (además, tampoco te apetece). Intentar separar sus méritos o deficiencias individuales, verlas como un adulto desinteresado, es como intentar poner nota a tu niñez: imposible porque lo que contemplas o intentas evaluar es una parte formativa de la persona que trata de evaluarlo».

Geoff Dyer. Zona. Un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación (Zona: A Book About a Film About a Journey to a Room, 2012). Barcelona: Mondadori, 2013; 192 pp.; trad. de Cruz Rodríguez Juiz; ISBN: 978-8439727231.

miércoles, 13 de enero de 2021

'Lenin. Una biografía', igual título de los libros de Robert Service y Victor Sebestyen

Hace años leí una biografía de Lenin, firmada por David Shub, de la que recordaba pocas cosas. El año 2016 seguí el consejo de un amigo historiador y busqué Lenin. Una biografía, escrita por Robert Service, que me pareció ordenada, clara y bien documentada. Ahora, hace unas semanas, leí Lenin. Una biografía (o Lenin. The Dictator, según el original inglés), de Victor Sebestyen.

Cuando leí la obra de Service escribí que en ella se cuentan bien los pormenores de su vida personal: padres, educación, infancia y juventud, el acontecimiento decisivo de la detención y posterior muerte de su hermano mayor, el afecto que siempre le tuvieron su madre y sus hermanas, y sus relaciones con otros revolucionarios como él, su esposa incluida, pues, desde muy joven, Lenin no dejó nunca que cualquier clase de sentimentalismo tuviera cabida en sus decisiones políticas. El biógrafo describe a Lenin como alguien reservado, que rara vez confió a alguien sus cálculos más íntimos, y culto, buen lector y admirador de músicos como Wagner y Beethoven, aspectos que ocultaba tras una máscara de frialdad científica. Se detiene a explicar cómo albergó una rabia profunda y creciente contra el régimen zarista hasta el punto de que, quienes le conocieron en sus primeras escaramuzas políticas, se sorprendían al ver su desconcertante dureza y que «se complacía en rechazar conceptos como conciencia, compasión y caridad»; aunque parece que a él «no le preocupaba la posibilidad de que su actitud horrorizase a otros».

En su vida política, dice Service, Lenin era tenaz, «un luchador nato», y un optimista, porque «dejaba que la imaginación y la ideología bloqueasen el juicio sereno». Tenía «una claridad de propósito que no poseía nadie más de su partido» y supo aprovechar las oportunidades que se le presentaron para llegar a dirigirlo. «Su criterio de moralidad era simple: ¿Apoya u obstaculiza determinada acción la causa de la revolución? Aunque raras veces mintiese descaradamente en política, tenía una habilidad inigualable para eludir la veracidad». No tenía dudas de sus propios análisis. El Estado debía ser, según él, «como un motor de coordinación y adoctrinamiento». Para él y sus colaboradores eran valores básicos el orden, el centralismo, la jerarquía, la unidad monolítica y la disciplina, no importaba el precio que hubiera que pagar. Abundan los documentos en los que queda constancia de que «Lenin ordenó, dirigió y aprobó la violencia, incluido el terrorismo de Estado directo». El fundamento teórico de su vehemencia colérica, y de considerarse legitimado para imponer criminalmente su régimen, lo buscó en Maquiavelo, quien explicaba que, a veces, es necesario recurrir a la brutalidad «lo más intensa posible a corto plazo para que no fuese necesario prolongarla excesivamente en el tiempo». Así que «Lenin prefería excederse en los golpes que arriesgarse a que el adversario aguantase el asalto».

La nueva biografía de Victor Sebestyen, un veterano periodista húngaro nacionalizado inglés, se apoya en obras anteriores y, en particular, en el trabajo de Service. Explica con más detalle que otros biógrafos, según anuncia en la introducción, el lado humano de Lenin y, en concreto, la influencia grande que tuvieron en él su esposa, Nadezhda Krupskaya, y su amante, Inessa Armand, mujeres muy convencidas de la causa revolucionaria a la que también dedicaron sus vidas. En esta extensa y completa reseña, que comienza indicando algunos hechos significativos de crueldad de Lenin, se detalla bien el contenido del libro. Dos cosas más son las que siguen.

Una, como apunta el autor en la introducción, que Lenin fue una figura política completamente moderna: «En su búsqueda del poder prometió a la gente cualquier cosa. Ofreció soluciones sencillas a problemas complejos. Mintió de forma descarada. (…) Adujo que vencer lo era todo: los fines justifican los medios». Era un personaje despiadado: para él las muertes eran meros números, nunca fue generoso con un oponente derrotado, nunca realizó un acto humanitario salvo que fuera conveniente en términos políticos. En los debates era un contrincante feroz: se mostraba autoritario, grosero, agresivo y, a menudo, abiertamente cruel; «empleaba deliberadamente un lenguaje violento que, según reconocía, “estaba calculado para provocar odio, aversión, desprecio (…), no para convencer, no para corregir los errores del oponente, sino para destruirlo”»; esta forma de actuar, con una sucesión de burlas, humillaciones e insultos, provocaba muchas veces que sus rivales acabasen agotados o que renunciasen a pelearse con él. Fue un método de escarnio que se convirtió en un modo de hacer en la URSS.

Otra, varias de sus opiniones literarias. Así, admiraba a Tolstoi pero detestaba su visión del mundo y su pacifismo; reconocía el mérito de Dostoievski, pero lo consideraba «un hombre de la más absoluta vileza» (es toda una marca de la casa la de aplicar a los demás los calificativos que él mismo merece de sobra); detestaba la literatura rusa contemporánea y, de hecho, algunos escritores famosos debieron emigrar, como Alexis Tolstoi, Ivan Bunin, Maxim Gorki (que, sin embargo, regresó a Rusia cuando gobernaba Stalin), y Eugeni Zamiatin, quien en ese momento declaró que «la literatura rusa solo tendrá un futuro: su pasado».

Por último, una observación. Igual que otros biógrafos, Sebestyen detalla como Lenin pasó de ver en Stalin a un «maravilloso georgiano», cuando le conoció en 1912, a verlo como su gran enemigo en los últimos años. De hecho, el biógrafo considera y afirma que haber dejado a Stalin como sucesor es el gran crimen político de Lenin. Pero esta observación, por mucho que se pueda comprender a la vista de la historia posterior, es, a mi juicio, muy inexacta: a Lenin no se le puede reprochar lo que hizo su sucesor, pues ni de lejos sospecharía las barbaridades que cometería, pero sí los muchos crímenes que se le pueden atribuir directamente a él, como la misma biografía muestra. Por más que Stalin llevase muy lejos la represión, fue Lenin quien la comenzó y quien estableció sus métodos: entre otros, por ejemplo, él es quien puso en marcha los campos de trabajos forzados que darían lugar al Gulag y la Checa, a cuyos jefes «sugirió que “sería útil realizar las detenciones de noche”. Los golpes en la puerta a altas horas de la madrugada se convirtieron en el clásico modus operandi (…) a lo largo de los años de gobierno comunista»

Robert Service. Lenin. Una biografía (Lenin. A biography, 2000). Madrid: Siglo veintiuno de España editores, 2001; 644 pp.; trad. de José Manuel Álvarez Flórez; prólogo de Manuel Vázquez Montalbán; ISBN: 84-323-1065-4.
Victor Sebestyen. Lenin: una biografía (Lenin. The Dictator, 2017). Barcelona: Ático de los Libros, 2020 666 pp.; trad. de Joan Eloi Roca; ISBN: 978-84-17743-23-9. 

miércoles, 6 de enero de 2021

'Agnese va a morir', de Renata Viganò

Me interesó y gustó Agnese va a morir, una premiada novela italiana publicada en 1949 por Renata Viganò. Es un libro sobre la Resistencia italiana, durante la segunda Guerra Mundial, protagonizado por una mujer de unos cincuenta años, lavandera, que cuando se llevan a su marido —que pertenecía al Partido Comunista— y enseguida intuye que no lo verá más, se une a la Resistencia. Al principio transmite recados y mensajes pero un día mata a un soldado alemán, por lo que tiene que huir y vivir ya con grupos de partisanos. La narradora dice que «su contribución a la lucha clandestina se convirtió en un trabajo constante, ejecutado con sencillez, con disciplina, como si estuviese exento de peligro. Sólo temía no hacer bastante, no lograr comprender, equivocarse y perjudicar a los demás. Se alegraba cuando le decían: “Muy bien”, como una alumna aplicada».

El relato está cuidado: se cuentan las cosas con sencillez y precisión, las descripciones son las justas, y no se intentan disimular ni el odio que mueve a la heroína y a los partisanos, ni las crueldades que unos y otros cometen. En el epílogo, titulado «La historia de Agnese no es ficción», la escritora cuenta que ella vivió 18 meses en la clandestinidad, que «así era el clima en la vida partisana de entonces, antirretórico, antidramático, hogareño y familiar, aunque estuviésemos en la clandestinidad», y que, aunque haya cambiado personajes y nombres, todo lo que narra existió, «incursiones y hombres, horizontes y pueblos, colores y temperatura».

Queda clara la antipatía visceral de los partisanos hacia los colaboracionistas y hacia los nazis: al oir la voz de un comandante la narradora lo describe como «uno de esos gritos quebrados, inhumanos y poseídos por los que todo el mundo reconoce de inmediato a los alemanes». Se muestra bien el espíritu de los partisanos: «Aquélla era la fuerza de la Resistencia: estar por todas partes, caminar entre los enemigos, esconderse entre las personas más anodinas y pacíficas. Un fuego sin llama ni humo, un fuego sin señales: los alemanes y los fascistas no se daban cuenta hasta que lo pisaban y se quemaban».

Renata Viganò. Agnese va a morir (Agnese va a moriré, 1949). Madrid : Errata Naturae, 2020; 352 pp.; trad. de Miguel Ros González; ISBN: 978-84-17800-47-5.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

'Un hombre al margen', de Alexandre Postel

Un hombre al margen, de Alexandre Postel, es una novela extraordinaria, premio Goncourt. Su protagonista es un oscuro profesor de una universidad provinciana, Damien North, viudo, sin hijos, nieto de un prestigioso político ya fallecido. La novela comienza cuando es detenido porque todos los indicios apuntan a que ha descargado fotografías de una red pedófila en su ordenador. Eso le conduce a interrogatorios humillantes, a ser insultado desde la prensa, a que le abandonen a su suerte sus vecinos, colegas y su propio hermano. Además, su abogado le dice que le conviene declararse culpable para que la pena que le caiga sea menor, cosa que hace. Pasa luego un tiempo en la cárcel y es una de las personas elegidas para un programa piloto que desea prevenir la reincidencia en ese tipo de delitos cuando el condenado salga de nuevo a la calle.

Novela tan bien construida y tan bien contada que resulta, sobre todo en su primera parte, muy desasosegante: resulta facilísimo pensar en que algo así le puede ocurrir a cualquiera. Se retratan de modo admirable los comportamientos de las autoridades de todo tipo —policial, judicial, académica, política, periodística, médica—. También, diría que con una honradez inesperada en las ficciones actuales (en las de nuestro entorno al menos), se critica con acierto la hipocresía del representante del movimiento gay en la universidad donde trabaja el protagonista. Este queda bien descrito como un hombre sin recursos, ni personales ni de amistades, para poder enfrentarse a todo lo que se le viene encima. Cuando está en la cárcel escribe algunas reflexiones y, entre otras, hace la siguiente: «El hombre los tiempos prehistóricos no dejaba tras de sí archivos, sino una plétora de rastros. Yo no dejo rastro alguno, por así decirlo, pero sí una plétora de archivos. Él y yo nos parecemos en que ni él ni yo tenemos control de lo que vamos dejando detrás. Lo que nos convierte en presas».

Alexandre Postel. Un hombre al margen (Un homme effacé, 2013). Madrid: Nórdica, 2014; 213 pp.; trad. de María Teresa Gallego Urrutia; ISBN: 978-84-15717-85-0.

martes, 22 de diciembre de 2020

'Perros perdidos sin collar', de Gilbert Cesbron

Perros perdidos sin collar, de Gilbert Cesbron, fue una novela que tuvo un gran éxito en los años cincuenta y sesenta: vendió varios millones de ejemplares. Ambientada en la Francia posterior a la segunda Guerra Mundial, presenta las vidas de unos niños huérfanos, o pertenecientes a familias que viven en condiciones miserables, a veces delincuentes, y de las personas que los tutelan: jueces, médicos, policías, asistentes sociales, cuidadores de los orfanatos. Los principales protagonistas, aunque son muchos los personajes, son un niño huérfano llamado Alain Robert, un chico algo mayor llamado Marco Forgeot al que mandan a vivir lejos de sus padres, y, entre todos los adultos, el juez Lamy, del Tribunal de Menores.

La narración es una sucesión de incidentes e interrogatorios: envío de Alain y de Marco a un correccional en Terneray; sucesos de distinto tipo allí; escapadas de algunos por varias razones; escenas en las se nos dan a conocer los mundos interiores de los chicos; conversaciones de toda clase entre unos y otros. Se ponen de manifiesto las preocupaciones de los adultos que tratan con esos niños: se mueven con espíritu cristiano, tienen grandes deseos de ayudarles, una fuerte conciencia de lo poco que pueden hacer y de la importancia de lo que hacen. Afrontan sus deberes con abnegación ejemplar y espíritu dolorido: así, del inspector Marcelo se nos dice que «era un policía cristiano: tenía pocas posibilidades de éxito y ninguna de ser dichoso».

La novela está bien escrita pero no es fácil de leer para todos: el realismo periodístico con el que se describen los ambientes y la misma crudeza de los hechos contribuyen a que todo suene antiguo; el relato no tiene un hilo que tire del lector y está centrado no tanto en lo que ocurre como en los sufrimientos de todos; el tono enfático con el que se subrayan algunas cosas puede alejar a otros lectores. Sin embargo, es una novela poderosa, de las que dejan una fuerte impresión de sinceridad y honradez, de las que se ve que han sido construidas para conmover pero sin falsas trampas emocionales. También queda claro que el autor procura ser ecuánime a la hora de hablar del sufrimiento de los más pobres y a la hora de combatir las actitudes de superioridad de los que no tienen problemas y se consideran autorizados a juzgar a los otros.

El juez Lamy, al final, resume su modo de actuar en algunos consejos que transmite a quien le sustituirá en el Tribunal de Menores: «Juzgue usted siempre al niño por lo que es y no por lo que ha hecho»; «tenga usted paciencia para resolver los casos uno por uno»; «dé la sensación siempre de mirar por el niño: ¡respete hasta su vanidad! ¡Siente tal necesidad de crecer! Y no se crece sin romper la cáscara. No diga usted nunca: ¡Éste merece salvarse...! Todos tienen derecho a ello; ¡y usted tiene el deber de salvarlos a todos, uno por uno...! ¡Hacen el mal, pero sueñan con el bien... esté usted seguro!».

Gilbert Cesbron. Perros perdidos sin collar (Chiens perdus sans collier, 1953). Madrid: Encuentro, 2015; 293 pp.; col. Literatura; trad. de María Barbeito y Cerviño; ISBN: 978-84-9055-078-6.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

'Nudo de víboras', de François Mauriac

Nudo de víboras, de François Mauriac, es una larga carta que Louis, un abogado prestigioso, empieza dirigiendo a su mujer, Isa. En la primera parte repasa su vida —sus padres, su enamoramiento de Isa, sus tristes y distantes relaciones posteriores, su escaso apego a sus hijos, etc.—, poniendo de manifiesto todo el rencor acumulado y acariciando sus planes para dejarles, a sus hijos y nietos, lo mínimo posible de su gran fortuna. La primera parte termina cuando decide abandonar su casa por sorpresa, sin que lo sepa su familia, y marcharse a París, con la intención de resolver allí cómo disponer su herencia en favor de un hijo ilegítimo al que no conocía.

Narrativamente la obra está cuidada y conseguida. La doble intriga, la externa de saber qué ocurrirá con la herencia del protagonista, y la interna sobre cuál será el resultado de su feroz autoexamen, tiran con fuerza del lector. A la larga carta de Louis, que termina con una palabra decisiva truncada, se le añaden dos clarificadoras cartas más, una de su hijo comentando la carta de su padre, y otra de una nieta a su tío reclamándosela para leerla. Como suele ocurrir con este tipo de novelas, el contenido está bien armado para conducir los acontecimientos y las reflexiones hacia un final y unas conclusiones que, por supuesto, son posibles, pero a los que también cabría reprochar su artificiosidad.

El gran conflicto del protagonista está en su propia increencia —«he tardado sesenta años en componer este viejo que se muere de odio. … ¡Oh! Dios, Dios… ¡Si existieras!»—, que se alimenta también de su rechazo a la que le parece una religiosidad hueca, la de su mujer y sus hijos. El título del libro está tomado de unas lúcidas palabras suyas: «Conozco mi corazón, este corazón, este nudo de víboras: asfixiado por ellas, saturado de su veneno, sigue latiendo por debajo de este hormigueo. Este nudo de víboras que es imposible deshacer, que habría que cortar de un tajo con un cuchillo, con una espada: “No he venido a traer la paz sino la espada”».

Pero esa misma lucidez le hace ver su «fatal tendencia a simplificar a los demás» y constatar que, «a lo largo de medio siglo, no me había bastado con no conocer de mí más que lo que no era yo: había hecho otro tanto con los demás. Estaba fascinado por las miserables codicias que se reflejaban en los rostros de mis hijos», también ellos mismos otro nudo de víboras.

François Mauriac. Nudo de víboras (Noeud de vipères, 1932). Madrid: Homo Legens, 2007; 262 pp.; trad. de Almudena Montoro Picó; prólogo de Alejandro Caja; ISBN: 978-8493550615; en esta edición se contiene también el relato El beso al leproso (Le baiser au lépreux, 1922).

miércoles, 9 de diciembre de 2020

'Escenas de la vida parroquial', de George Eliot

Escenas de la vida parroquial contiene los tres primeros relatos de George Eliot: El triste destino del reverendo Amos Barton, La historia de amor del señor Gilfil, El arrepentimiento de Janet. Además, en un apéndice titulado «Cómo llegué a escribir relatos de ficción», habla de las dudas que le asaltaban al redactarlos, de lo que le decían sus conocidos, de cómo llegó a convencerse de su capacidad para ser novelista.

El primero tiene un argumento más directo que los otros dos y presenta unas dificultades de convivencia más cercanas a nosotros. El reverendo Amos Barton, un hombre bueno pero poco dotado para las relaciones sociales, tiene dificultades de aceptación en su parroquia y, sobre todo, sufre debido a la enfermedad grave de su mujer, Milly, una persona bondadosa y querida por todos. En el segundo relato el protagonista es el pastor Gilfil, unas décadas anterior a Amos Barton en la misma parroquia de Shepperton, y la historia cuenta cómo llegó a casarse con una desgraciada chica italiana, Caterina. En el tercero, que tiene lugar en la ciudad de Milby, asistimos a las tensiones «teológicas» y ciudadanas en torno al moderno reverendo Edgar Tryan, y a su influencia en Janet, la esposa de un hombre violento que ataca ferozmente a Tryan.

A George Eliot se la suele criticar por emplear su aguda ironía precisamente contra las mujeres —«¡Pobres corazones femeninos! Dios me libre de reírme de vosotros…»—, y por sus acentos de superioridad condescendiente cuando se refiere al mundo provinciano —en «el nivel intelectual de Shepperton es la repetición, no la novedad, lo que produce mayor efecto; y las frases, al igual que las melodías, tardan mucho tiempo en sentirse como en casa en el cerebro»—. Pero, sea como sea, sus observaciones al paso suelen ser pertinentes y certeras.

Por ejemplo: «Las distinciones sutiles son problemáticas. Es mucho más fácil decir que una cosa es negra que diferenciar el tono específico de marrón, azul o verde que realmente irradia. Es mucho más fácil decidir que tu vecino es un inútil que tratar de comprender unas circunstancias que le obligarían a uno a cambiar de opinión». O bien: «La calumnia puede derrotarse con la ecuanimidad; pero los pensamientos valientes no pagan la cuenta del panadero, y la fortaleza en ninguna parte se considera una moneda de curso legal para la carne». O esta otra: «Las emociones intensas gracias a las que la vida de un ser humano cambia de rumbo conquistan su victoria como lo hace el mar: aunque su avance sea seguro, a menudo, después de una ola más poderosa de lo habitual, parece retroceder hasta perder todo el recorrido ganado».

George Eliot. Escenas de la vida parroquial (Scenes of Clerical Life, 1858). Barcelona: Alba, 2013; 542 pp.; col. Alba Clásica; trad. de Marta Salís; ISBN: 978-84-8428-855-8.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

'Se llamaba Carolina', de José Jiménez Lozano

Se llamaba Carolina, de José Jiménez Lozano, se sitúa en un pueblo castellano poco después de terminada la Guerra civil española. Una compañía de artistas ambulantes prepara una representación de Hamlet y, por distintas razones, necesitan que actúen algunas personas del pueblo. En concreto, necesitan convencer a una joven maestra, Carolina, para que haga de Ofelia. La historia la narra uno de sus jóvenes alumnos y, al hilo de lo que va contando, surgen historias de amores y desamores en el pueblo que replican o recuerdan las de la obra de Shakespeare.

Igual que otros narradores de más novelas del autor, el de esta usa un tono coloquial y sencillo que, sin embargo, no le impide usar un vocabulario rico y hacer descripciones muy precisas. También, como es habitual en el autor, el modo expositivo conversacional puede hacer que muchos lectores no aprecien la enorme sofisticación narrativa de la novela ni su riqueza y profundidad. Tal como explica con brillantez el largo prefacio, «Se llamaba Carolina es un prodigio de arquitectura, de densidad semiótica, de gracia y armonía; es el típico texto literario que se lee más de una vez y que en cada lectura descubre relaciones y sentidos nuevos».

Pero, eso sí, conviene hacer caso a lo que se indica: es un «Prefacio para leer entre la primera y la segunda lectura de Se llamaba Carolina». Así que se recomienda mucho leer la novela antes de abordar el prefacio, igual que también conviene conocer antes Hamlet, al menos básicamente o, como en la representación que se hará en el pueblo, aunque sea con textos recortados. Tal como le dice un personaje a Carolina: «Se trata de que la gente se encariñe tanto con los personajes de la literatura como con los santos, aprenda su lenguaje, y pensemos todos luego lo que dicen. Son amistades imprescindibles para la alegría y la seriedad del vivir, y más ahora que los españoles nos acabamos de matar unos a otros, y tenemos que purificarnos con la vergüenza y el pesar de haberlo hecho».

José Jiménez Lozano. Se llamaba Carolina (2016). Madrid: Encuentro, 2016; 240 pp.; col. Literaria; prefacio de María del Camen Bobes Naves; ISBN: 978-8490551400.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Cuentos, de Alexander Pushkin

Tiempo atrás, la lectura de Seis grandes escritores rusos me animó a buscar relatos cortos de Alexander Pushkin que no había leído: La dama de pique (1833), o La dama de picas en otras ediciones, una historia que abre camino a la novela psicológica, y los Cuentos del difunto Iván Petróvich Belkin (1831), cinco narraciones con una introducción en la que Pushkin finge ser el editor de los cuentos del tal Belkin, a quien, a su vez, se los contaron distintos narradores.

La excelente introducción explica que son relatos ceñidos al incidente que se narra, sin digresiones innecesarias y con una exposición sobria en la que no hay adornos ni didactismo alguno; que Pushkin suele caracterizar a sus personajes mostrando sus comportamientos y conduciendo los relatos al momento en el que se revela el carácter; que se podrían comparar con dibujos a pluma frente a los cuadros con más profundidad que lograría Gógol más tarde.

La dama de pique trata sobre un joven oficial de origen alemán que siempre observa jugar pero nunca juega, aunque un día le contaron las hazañas en la mesa de juego de una anciana condesa y se obsesiona con averiguar cómo lo hizo. Además, se enamora de la joven pupila de la condesa. Así que un día decide ir a ver a la anciana para pedirle que, antes de morir, le revele su secreto. Pero las cosas evolucionan de un modo inesperado.

Los Cuentos de Belkin son, después de la introductoria «Nota del editor», El disparo, La nevasca, El sepulturero, El maestro de postas, La señorita campesina. El disparo está centrado en un singular personaje llamado Silvio, jugador de cartas y extraordinario tirador, que acaba reclamando un duelo a un antiguo rival. La nevasca trata de una boda secreta, aparentemente frustrada por una gran nevada, y de cómo, pasado el tiempo, la novia vuelve a enamorarse y entonces sale a la luz lo que de verdad ocurrió entonces. El sepulturero es un tipo sombrío al que sus vecinos invitan a una cena, pero allí se siente ofendido y habla de organizar una cena con sus clientes…, que resultan ser los cadáveres que ha enterrado, nada satisfechos por cierto. En El maestro de postas el narrador habla de la hija del encargado de una casa de postas, a quien conoció en un viaje y de la que más adelante averiguó que se había ido de su casa y abandonado a su padre. La señorita campesina es una chica noble que, haciéndose pasar por aldeana, se tropieza con un vecino noble y ambos se van enamorando en encuentros sucesivos, pero ella no ve la manera de deshacer el enredo.

Menos los dos últimos los demás pueden calificarse de relatos de fantasía, bien porque contienen algún elemento de tipo más o menos sobrenatural, o bien porque sucede una casualidad asombrosa. Da idea del estilo directo de Pushkin, por ejemplo, el momento en el que, en La señorita campesina, el narrador indica que «por mi deseo, no dudaría en describir con todo detalle los encuentros de los dos jóvenes, la creciente inclinación mutua y confianza, sus ocupaciones y conversaciones; pero sé que la mayor parte de mis lectores no compartiría mi deleite. Estos pormenores por lo general resultan empalagosos, por tanto voy a omitirlos». Y, al final, termina del siguiente modo: «los lectores me excusarán de la innecesaria obligación de describir el desenlace».

Y un ejemplo de las muchas observaciones bienhumoradas que salpican las historias está en El maestro de postas, cuando el narrador habla de que se ha acostumbrado ya a que haya funcionarios o trabajadores que no lo atiendan a él, aunque tenga derecho, y siempre prefieran atender primero a la gente de clase alta: «En realidad, ¿qué sería de nosotros si en lugar de la regla comúnmente aceptada: las jerarquías deben respetarse, se introdujera otra, por ejemplo: la inteligencia debe respetarse? ¡Qué discusiones surgirían entonces! ¿Y a quién empezarían a servir los criados?»

Aleksandr Pushkin. Relatos contenidos en Narraciones completas. Barcelona: Alba, 2015; 568 pp.; col. Alba Minus; trad. e introducción de Amaya Lacasa; ISBN: 978-84-90651179.
Otra edición de La reina de picas en Madrid: Nevsky, 2016; 81 pp.; ilust. de Sandra Rilova; trad. de Marta Sánchez-Nieves; ISBN: 978-84-944555-5-1.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

'Historia del silencio', de Alain Corbin, y 'El secreto del silencio', de Rafael Gómez Pérez

Libros que pude leer durante los días del confinamiento: Historia del silencio, de Alain Corbin, y El secreto del silencio, de Rafael Gómez Pérez. 

Del primero aconsejo leer esta clara y completa reseña. Debo decir que no lo leí bien: tiene muchas referencias a escritores y pensadores franceses que no conozco bien y, por momentos, tuve la sensación (que se indica en la reseña citada) de que a veces el autor fuerza las reflexiones. Eso sí, el libro intenta ser completo, contiene muchas sugerencias valiosas y da pistas literarias que valdrá la pena seguir. Me gustaron especialmente los capítulos sobre la relación de la pintura con el silencio y las observaciones acerca de algunas obras literarias basadas en el silencio, como El silencio del mar, de Vercors, y La línea de sombra, de Joseph Conrad.

El secreto del silencio es una colección de reflexiones de grandes autores acerca del silencio, más asequible a todos, y creo que tan sugerentes como, aunque no tengan tanto relumbrón intelectual, las que llenan el libro de Alain Corbin. Pongo dos.

Una: «La soledad puede ser un bien o un mal. Es un mal la soledad obligada, en prisión, o la soledad resultante de la falta de familia y de amigos. Pero cuando la soledad es buscada libremente, lo que se pretende es “acompañar” a un silencio que se hace más denso y más rico. Montaigne escribió: "Encuentro más soportable estar siempre solo que no poder estarlo nunca". Por otro lado, hay una soledad congénita en el ser humano, que deriva de su individualidad. Los límites del cuerpo y de los pensamientos son también los límites de la propia soledad. Aunque el ser humano “es nacido”, muere siempre solo, por acompañado que esté. Mi dolor es solo mío, como también mi gozo. Podemos manifestarlos, pensar que lo compartimos, pero la vivencia es estrictamente personal. La estabilidad de carácter quiere decir que se está a gusto con uno mismo y que se sabe estar solo. Pascal, en los Pensamientos, quizá exagera, pero no demasiado, cuando escribe: "Todas las desgracias de los hombres proceden de una sola cosa, que es no saber estar solos, reposando tranquilamente en una habitación". La Bruyére dijo lo mismo poco después: "Todo nuestro mal proviene de no poder estar solos: de ahí el juego, el lujo, la disipación, el vino, las mujeres, la ignorancia, la maledicencia, la envidia, el olvido de sí mismo y de Dios". Hay un afán incontenido por salir, porque no se sabe estar en lo propio, alimentado de la propia intimidad. Salir equivale a escapar de uno mismo, con quien no se soporta estar».

Otra: «El silencio de Dios es el silencio ante la libertad humana, como ya había adelantado el Eclesiástés, 15, 14: "Desde el principio Dios creó al hombre y lo dejó en manos de su consejo". En el relato inicial del Génesis existe la prohibición de comer del árbol del bien y del mal, pero esa prohibición iba dirigida a la libertad, y prueba de eso es que pudo ser desobedecida. El silencio de Dios no es, por tanto, una ausencia, sino una presencia atenta a lo que el hombre decida».  

Alain Corbin. Historia del silencio (Histoire du silence, 2016). Barcelona: Acantilado, 2019; 152 pp.; trad. de Jordi Bayod Brau; ISBN: 978-8417346720.
Rafael Gómez Pérez. El secreto del silencio (2016). Madrid: Rialp, 2016; 96 pp.; col. Breves Rialp; ISBN: 978-8432146749.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

'El paso siguiente en el baile', de Tim Gautreaux


Esta gran reseña de José María Guelbenzu en Babelia me ahorra preparar un comentario sobre la que, sin duda y por el momento, es la mejor novela que he leído este año: El paso siguiente en el baile, de Tim Gautreaux. Otra reseña más, para quien desee más perspectivas, es la de Adolfo Torrecilla en su blog. 

El atractivo de la novela está en muchas cosas: en su lenguaje perfecto, en la fluidez y naturalidad con la que suceden las cosas, en la personalidad tan bien atrapada de los protagonistas, en la emoción que desprende la relación tensa entre ellos, en la intensidad de algunas escenas, en el magnífico desenlace. 

Otro motivo de interés para leerla es el de comprobar cómo hay norteamericanos tan distintos a los que retrata en sus relatos Richard Ford, entre otros buenos escritores. De Gautreaux son también excelentes sus relatos cortos reunidos en El mismo sitio, las mismas cosas, reseñados aquí y aquí.

Tim Gautreaux. El paso siguiente en el baile (The next step in the dance, 1999). Madrid: La Huerta Grande, 2019; 454 pp.; col. Las Hespérides; trad. José Gabriel Rodríguez Pazos; ISBN: 978-8417118594.
Tim Gautreaux. El mismo sitio, las mismas cosas (Same Place, Same Things, 1996). Madrid: La Huerta Grande, 2018; 302 pp.; trad. de José Gabriel Rodríguez Pazos; ISBN: 978-8417118112.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

'Hazlo tan bien que no puedan ignorarte' y 'Enfócate', de Cal Newport

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Hace tiempo leí, y me gustó, Hazlo tan bien que no puedan ignorarte, de Cal Newport, un libro subtitulado «por qué ser competente importa más que la pasión para alcanzar el trabajo de tus sueños».

En un comentario que hice indiqué cuatro cosas. Una, que varias personas en las que se fija el autor para llegar a sus conclusiones —el inevitable Steve Jobs y otros— pueden no resultar representativas para muchos, aunque los planteamientos que hace sí que son aplicables en muchísimos casos, por ejemplo a cualquiera que esté realizando sus estudios. Dos, que el comienzo es engañoso y puede hacer pensar que estamos ante un libro más de consejos impracticables, pero luego no es así. Tres, que el autor estructura lo que quiere decir en cuatro capítulos que son cuatro reglas formuladas provocativamente: «no sigas tus sueños», «hazlo tan bien que no puedan ignorarte» (o la importancia de cultivar continua y exigentemente las propias habilidades), «rechaza un ascenso» (o la importancia de mantener el control sobre lo que uno hace), «piensa en pequeño, actúa a lo grande» (o la importancia de la misión, de tener objetivos altos). Cuatro, la importancia que da el autor al concepto del «entrenamiento deliberado»: que lo que determina la excelencia es una práctica deliberada de las destrezas que ha de ir mucho más allá de la comodidad y que ha de afrontarse con la disposición de someterse a críticas constantes. En definitiva, que «una vida laboral satisfactoria es una experiencia más sutil» de lo que tantas fantasías en circulación hacen suponer, que «trabajar bien importa más que tener un buen trabajo» y que, al final, lo más importante siempre es encarar mejor el trabajo que ya tienes.

Del mismo autor he leído Enfócate: consejos para alcanzar el éxito en un mundo disperso, mal título, en mi opinión: aunque la palabra «éxito» venda más que otras mejor sería poner el acento, tal como hace luego el libro, en trabajar bien. De hecho, el autor dirá que su libro trata sobre la importancia de cultivar los hábitos necesarios para poder trabajar de modo «profundo»: desea describir y proponer al lector «un programa riguroso para transformar su vida profesional de tal forma que se centre en la profundidad». 

No pretendo comentarlo sino, simplemente, señalar que hace observaciones valiosas y contiene sugerencias prácticas útiles, y reunir aquí unas citas: 

—«Si usted quiere ganar la guerra de la atención, no trate de decirles no a las distracciones triviales que encontramos en el batiburrillo de la información; trate de decirle sí al tema que lo atrae terriblemente y permita que este invada todo lo demás».

—«Muchas personas suponen que pueden pasar de un estado de distracción a uno de concentración según lo necesiten, pero (…) esta suposición es optimista. Cuando nuestro cerebro está cableado para la distracción, la sigue buscando afanosamente».

—«La práctica contribuye a fortalecer los músculos de la resistencia a la distracción, pues lo obliga a uno a redirigir repetidamente la atención hacia un problema bien definido; también contribuye a profundizar la concentración, pues obliga a ir a lo profundo de un solo problema».

—«Comprometerse con el trabajo profundo no implica una postura moral ni es una declaración filosófica. Es, eso sí, un reconocimiento pragmático de que la capacidad para concentrarnos es una destreza que permite hacer cosas valiosas» y, para eso, es imprescindible ser respetuoso con el propio tiempo.

Cal Newport. Hazlo tan bien que no puedan ignorarte (So Good They Can’t Ignore You. Why Skills Trump Passion in the Quest for Work You Love, 2012). Madrid: Asertos, 2017; 240 pp.; trad. de Diego Pereda; ISBN: 978-84-944631-3-6.
Cal Newport. Enfócate: consejos para alcanzar el éxito en un mundo disperso (Deep Work: Rules for Focused Success in a Distracted World, 2016). Buenos Aires: Paidós, 2016; 296 pp.; col. Empresa; trad. de María Mercedes Correa; ISBN: 978-6077473428.

miércoles, 28 de octubre de 2020

'Bajo cielos inmensos', de A. B. Guthrie

Bajo cielos inmensos, de Alfred Bertram Guthrie, es una novela cuyo protagonista es uno de los llamados  «mountain men», o tramperos, de los que hubo varios miles en los territorios del Oeste de Norteamérica durante las primeras décadas del siglo XIX, fueron cazadores expertos, vendedores de pieles, exploradores también, cuya relación con los indios era en ocasiones amistosa y a veces conflictiva. 

Se ambienta en Montana, en los años 30, y su protagonista es Boone Caudill, un chico de diecisiete años que, después de una violenta pelea con su padre, huye de su granja de Kentucky. Su intención es ir al encuentro de su tío Zeb Calloway, un «mountain man». En el camino, Boone se hace amigo de otro chico, Jim Deakins, que acaba uniéndose a él. Ambos terminarán trabajando para un traficante de pieles que desea llegar, remontando el río Missouri en una barcaza, a los territorios de los Pies Negros para comerciar con ellos. Viajarán con un experto cazador llamado Dick Summers, que se convierte en su modelo y mentor, y con una chica india muy joven, que primero huirá y a la que, más adelante, Boone buscará para que sea su mujer. 

La novela se centra en el aprendizaje de Boone, un chico de grandes cualidades para la caza y para la lucha, pero de temperamento tumultuoso a quien con frecuencia tienen que intentar frenar sus amigos: «Disparando a los búfalos, o atrapando castores, o luchando contra osos, Boone era tan bueno como el que más, pero con la gente era distinto. No sabía contar chistes, ni soltar o encajar bromas, ni ver las cosas desde distintos puntos de vista, ni buscar diversión en lugar de problemas. Lo único que sabía era tirar hacia delante. En ocasiones, cuando estaba a punto de meterse en algún lío por no pararse a pensar, una pequeña frase, dicha como de pasada, le hacía recobrar el sentido y lo calmaba, o al menos lo contenía. Jim suponía que Boone estaba agradecido, como lo estaría un chico que carecía de las palabras para decirlo».

Igual que dije al comentar otras novelas del Oeste, esta también tiene interés para quienes disfrutamos con ellas. Está considerada una de las mejores, por supuesto de su autor pero también del género, pues está bien escrita, la historia y los personajes tienen fuerza, y la reconstrucción de ambientes y costumbres está cuidada. Ahora bien, quienes no tengan tanto afán por este tipo de historias deben saber que se puede hacer larga, que abundan las escenas de gran violencia, y que no es nada fácil empatizar con un héroe cuyo comportamiento se hace cada vez más bronco.

A. B. Guthrie, Jr. Bajo cielos inmensos (The Big Sky, 1947). Madrid: Valdemar, 2014; 528 pp.; col. Frontera; trad. de Marta Lila Murillo; ISBN: 978-8477027737.